Club digital de lectura. Narrativa. 2023

– APE Quevedo y Concejalía de Cultura de B… –

Coordina: Casilda Iriarte
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Narrativa

El conocimiento, al final, es sinónimo de libertad.

Para llevar acabo nuestra lectura de textos narrativos nos plantearemos una serie de pasos y preguntas en torno al tipo de texto que hemos decido leer. Nuestra primer movimiento será decidir la materia, el asunto, el tema sobre el que hemos decido leer y justificar brevemente el porqué de dicho interés. El siguiente paso será determinar qué tipo de lectores queremos ser: superficiales, modélicos, críticos…, todos son validos, pero no suponen la misma lectura. El tercer paso será seleccionar la obra que vamos a leer y justificar las razones de su elección. El cuarto paso será acercarnos a otros textos que han tratado el tema: maneras, estilos, perspectivas, formas posibles de abordar la materia que nos interesa y sobre la cual versa el libro que hemos decido leer. El penúltimo paso será leer el libro, pero teniendo en cuenta , planteando, al mismo tiempo, algunas cuestiones según el tipo de lector elegido. El último paso será conversar sobre nuestra lectura con otros participantes en el club.
Para que todos andemos el mismo camino, se entregará una pequeña guía de lectura -de lectura voluntaria, por supuesto- al comienzo de cada club.


Primer club de lectura. Enero-febrero de 2023

Los arquetipos femeninos en la ficción narrativa

Coordina: Casilda Iriarte
Podcast de presentación del libro leído: disponible desde el…
Tertulia literaria en directo: enero de 2023.
Suscripción:

Introducción

«La moral es hija del lenguaje y madrastra de la experiencia…»
-Nietzsche-

El termino el término “arquetipo” proviene del griego antiguo, arjé: origen, principio y tipo: impresión, modelo y sirve, según la RAE, para designar un «modelo original y primario en un arte u otra cosa»; es decir, se trataría de una especie de patrón común, de un conjunto de atributos recurrentes desde tiempos remotos que definen ciertas realidades y que podemos encontrar en todas las culturas bajo diferentes formas. Estos modelos imaginarios nos permiten visualizar, de forma sintética y a la vez global, ciertos aspectos de nuestra experiencia, y tienen como función primordial la de legitimar una pretendida realidad social relacionada con ellos. Ahí radica su importancia y la necesidad de abordar su existencia. De hecho, estos patrones no solo se constituyen como recursos literarios de primer orden, sino que llegan a mediatizar la percepción que tenemos de gran parte de lo que nos rodea, pudiendo, incluso, determinar algunas de nuestras actuaciones en el mundo real. No son, pues, realidades inocentes, sino que sirven para sustentar principios o valores que promueven las instituciones sociales que los transmiten.  Por lo general, nos hallamos ante identidades paradigmáticas que tienen una fuerte raigambre en las estructuras cognitivas del imaginario colectivo al que contribuyen a dotar de legitimación social. Acceder a ellos nos permitirá conocer su función como base creativa de personajes y experiencias dramáticas, pero también determinar su presencia en muchos de los pensamientos sociales existentes y en no pocas de nuestras propias creencias personales. Lógicamente estos arquetipos con el paso de los años se han ido actualizando y ampliando sus vías de difusión. Una de sus principales vías de expansión de estos patrones a lo largo de la historia ha sido, sin duda, la literatura; pero en la actualidad también podemos encontrarlos en los discursos políticos, en las narraciones cinematográficas y teatrales, en los anuncios publicitarios, en las manifestaciones artísticas, en los videojuegos, etc. Si asumimos la importancia que posee el lenguaje como mediadores entre el ser y la realidad, reconocer y definir el proceso mediante el cual los arquetipos se crean a través de ese lenguaje y establecen, a través de ese acto, la percepción que tenemos de la realidad, nos permitirá no solo valorarlos como lo que son: una combinación de elementos tras los que subyace una determinada intención, una cierta ideología; sino también apreciarlos como un recurso creativo, facilitador de caracteres y narrativas. Lo importante de muchos relatos será el modo en que sean capaces de pulsar las fibras más sensibles de los lectores y lectoras a través de recursos literarios de mayor o menor valor,


Para empezar a hablar

Tomando como punto de partida los siete arquetipos femeninos fijados por Carmen y Laura Pacheco en su obra Nuestros nombres olvidados: la amante, la guerrera, la madre, la hechicera y la tríada –tres en una–. aunque ampliando la tipología propuesta por las autoras, a lo largo de las primeras sesiones de este club de lectura queremos plantear un recorrido por algunos los modelos femeninos que más frecuentemente han aparecido en la literatura de ficción, marcando patrones de conductas, bien como protagonistas bien como personajes secundarios, y que han supuesto a través de sus pasiones, sus actuaciones, sus significación y caracterizaciones psicológicas la proyección de unos modelos literarios femeninos que como patrones de comportamientos asumidos por la sociedad, han sido transmitidos y reinterpretados en un sinfín de culturas y religiones a lo largo del tiempo. A través de las lecturas propuestas, indagaremos en el modo en que estas figuras femeninas se han convertido en moldes mediante los cuales no solo se ha representado a la mujer, sino que se han establecido sus funciones sociales y se han definido simbólicamente unos comportamientos como propios de la condición femenina.
Así, la amante personifica la belleza y el amor, también la fascinación y cosificado con la que históricamente se ha tratado la sexualidad femenina; la guerrera, al contrario, encarna la mujer combativa, muchas veces ejerciendo un feminismo mal entendido por imitar roles masculinos. La madre, por otro lado, es el arquetipo femenino por excelencia y está relacionado con la fertilidad. La hechicera recoge la sabiduría e independencia de las diosas paganas e incluso de las villanas de las ficciones modernas; y la tríada, por último, se emplea para categorizar a los personajes femeninos en función de su edad y «utilidad»: «hija, madre, abuela», «niña, doncella, esposa». Adentrémonos en la lectura reflexiva como deconstrucción y el debate que disecciona y muestra lo que hay detrás de la superficie aparentemente inocua

Los arquetipos femeninos en la ficción narrativa
La amante (I)
De la donna angelicata a la femme fatale o de cómo los extremos se tocan

Texto introductorio

Matar de amor, estando en la inopia

Mientras haya mujeres ideales, no se apagará el entusiasmo en el corazón de los hombres.
-Concepción Gimeno de Flaquer-

Seguro que, si digo que mi amor platónico durante mi infancia fue Karina, me mirarías dos veces, lo que no sé es a ciencia cierta si esa segunda mirada, la de extrañeza supina, vendría causada por haber oído “amor platónico “o “Karina”. Bueno, para el caso que nos ocupa lo cierto es que es igual, pues ambos elementos se asimilan en el hecho por el que traigo esta vivencia a colación, a saber: la manera en que aquella experiencia que sentí en mi tierna infancia, y por la cual me vi imbuido, arrebatado, incluso, por ese sentimiento de amor idealizado, totalmente abstraído de cualquier carácter sexual, y caracterizado por la imposibilidad de ser correspondido, propio de las almas más puras, se asemeja a aquella intensa emoción que embargaba a los caballeros medievales como resultado de la incondicional adoración hacia su dama. Recuerdo como sus cabellos rubios como el sol, su frente blanca y nacarada, su boca de fresa, su mirada azul celeste, su gentil cuello hicieron que la cantante jiennense me tuviera en un sin vivir y las flechas del amor traspasaran mi tierno corazón cada vez que en la radio ponían, durante aquel verano, “El baúl de los recuerdos” (menos mal que no existía Spotify y que la cancioncilla la programaban de vez en cuando). ¡Cuánto se parecía, como descubrí años después en mis clases de literatura, aquella fascinación suspirosa, lastimera; aquel dulce penar, tan cercano al “morir de amor” que  cantara el gran Camilo Sesto, a aquel otro sentimiento que expresaban en sentidas y dulces balada tras volver de aporrear cabezas y cortar brazos en alguna de sus beligerancias habituales, algunos recios caballeros medievales! A saber por qué les dio por ahí, pero el caso es que, entre tajo y tajo, no solo escribían ardientes loas en las que convertían a la amada  en un ser único, maravilloso, aunque inalcanzable y desdeñoso; sino también en las que hacían ver lo mucho que disfrutaban cuantas más calabazas recibían y la amada se volvía, más y más, una especie de bella sin alma, una tirana carente de piedad que los hacía sufrir, atrozmente, de mal de amores. Es verdad que esa actitud displicente, altanera, convertía a la mujer amada, como sucedía con mi Karina, en un ser inexistente, irreal, imaginario y que esa adoración por ella, como al parecer era la que experimentaban los caballeros medievales, adolecía de cierta cosificación que tenía más que ver con el que decía amar que con la persona amada. Es verdad también que a ese regustillo, rayano en el masoquismo. que surgía del intenso y sobrecogedor sentimiento que emanaba de la insistencia en un amor no correspondido, poco o nada le interesaba , en verdad, la persona que existía tras esa imagen creada en la imaginación. La amada medieval, como mi Karina, estaba ahí para ser amada y admirada, cual estatua apolínea, y de poco o nada servía el que, en las distancia cortas, no poseyera ni uno de los atributos adjudicados. Pero, claro, es que no se puede tener todo.

Con los años, como sucede con la energía, que, como dijo Antoine Lavoisier, ni se crea ni se destruye, sólo se transforma, el tópico del amor cortés que recogía y expresaba a su manera el arquetipo de la amada, se transformó, eso sí, para seguir siendo lo mismo, pero de otra manera, en otra cosa, y así aquella mujer admiradísima e ideal dejo de ser una “bella sin piedad» para convertirse en una donna Angelicata o, como diríamos en español moderno, una «mujer angelical». El poeta italiano Guido Guinizelli y posteriormente, dos de los grandes, Dante Aligheri y Franceso de Petrarca, nos hicieron volver a sentir por la mujer esa fascinación radical, absoluta, y otra vez, como consecuencia de ello, la vivencia de un amor intenso y arrebatador, que de nuevo diluyó a la mujer en un ser difuso, imaginado, aunque ahora fuera para convertirlo en ente etéreamente dulce y puro, absolutamente perfecto, cuyos rasgos femeninos eran exaltados de manera claramente tendenciosa y segada mediante una descripción recurrente: cabello rubio, piel blanca, ojos claros, labios rojos. ¡Anda, cómo mi Karina! Claro, como no me di cuenta, yo estaba equivocado en mi primera apreciación, alguien que tuviera aquellos ojos, aquel pelo y aquella cara y cantará “las flechas de amor” de esa manera no podía ser otra cosa que un ángel. Y sí, eso debían pensar de sus respectivas aquellos italianos renacentistas porque hicieron de sus inalcanzables amadas un símbolo de perfección espiritual. De modo que, de nuevo, la mujer amada sobre la que los hombres proyectaban sus desvelos era un ser inalcanzable, ilusorio, quimérico, e, ineluctablemente digno de tanta devoción que rayaba la adoración religiosa. La amada pasa de ser esa mujer disfrutadamente inaccesible del medievo a convertirse en un entidad delicada, grácil, casi incorpórea, igualmente inalcanzable, que se ubicaba en un estadio superior. Claro está, lo que ella pensara sobre el caso daba igual, eso ni se plantea; lo importante es que estaba ahí para ser amada, lo quisiera o no, y para convertirse en una vía a través de la cual el hombre pudiera alcanzar la gloria y la gracia. Y, ya puestos, si se les iba a adorar con devoción incondicional, porque decidir qué mujeres podrían ser ángeles y cuáles no. A ver, como quien no quiere la cosa, se fijó todo un canon de belleza que determinaba cómo debían ser esas mujeres angélicas; a saber: piel blanca, sonrosada en las mejillas, cabello rubio y largo, frente despejada, ojos grandes y claros; hombros estrechos, como la cintura; caderas y estómagos redondeados; manos delgadas y pequeñas, en señal de elegancia y delicadeza; los pies delgados y proporcionados; dedos largos y finos; cuello largo y delgado; cadera levemente marcada; senos pequeños, firmes y torneados; labios y mejillas rojos o sonrosados… Evidentemente nadie les preguntó a las morenas su opinión sobre tal hecho, Todo un catÁlogo de peculiaridades físicas que, como las modelos publicitarias en la actualidad, debían poseer las mujeres que aspiraran a convertirse en símbolo de esa perfección espiritual, cuya sola contemplación podía permitirnos entender la majestuosidad del universo y de Dios. ¡Ahí es nada!


De la donna angelicata

Algunos textos para entender de que estamos hablando

-Quino-

¡Ay, Dios, cuán hermosa viene doña Endrina por la plaza!
¡Ay, qué talle, qué donaire, qué alto cuello de garza!
¡Qué cabellos, qué boquita, qué color, qué buenandanza!
Con saetas de amor hiere cuando los sus ojos alza.

Juan Ruiz Arcipreste de Hita. Siglo XIV 

Jorge Manrique Siglo XV 


SONETO CCXCII

Sus ojos que canté amorosamente,
su cuerpo hermoso que adoré constante,
y que vivir me hiciera tan distante
de mí mismo, y huyendo de la gente,

Su cabellera de oro reluciente,
la risa de su angélico semblante
que hizo la tierra al cielo semejante,
¡poco polvo son ya que nada siente!

¡Y sin embargo vivo todavía!
A ciegas, sin la lumbre que amé tanto,
surca mi nave la extensión vacía…

Aquí termine mi amoroso canto:
seca la fuente está de mi alegría,
mi lira yace convertida en llanto.

Francesco Petrarca, Cancionero. Siglo XIV

Mientras por competir con tu cabello
Oro bruñido al sol relumbra en vano,
Mientras con menosprecio en medio el llano
Mira tu blanca frente al lilio bello;

Mientras a cada labio, por cogello,
Siguen más ojos que al clavel temprano,
Y mientras triunfa con desdén lozano
Del luciente cristal tu gentil cuello,

Goza cuello, cabello, labio y frente,
Antes que lo que fue en tu edad dorada
Oro, lilio, clavel, cristal luciente,

No sólo en plata o vïola troncada
Se vuelva, más tú y ello juntamente
En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

-Luis de Góngora, siglo XVII-

Descripción de Dulcinea

Solo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad por lo menos ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que solo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas.

Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha. Siglo XVII

XXXIV

Cruza callada, y son sus movimientos
silenciosa armonía:
suenan sus pasos, y al sonar recuerdan
del himno alado la cadencia rítmica.

Los ojos entreabre, aquellos ojos
tan claros como el día,
y la tierra y el cielo, cuando abarcan,
arden con nueva luz en sus pupilas.

Ríe, y su carcajada tiene notas
del agua fugitiva;
llora, y es cada lágrima un poema
de ternura infinita.

Ella tiene la luz, tiene el perfume,
el color y la línea,
la forma, engendradora de deseos,
la expresión, fuente eterna de poesía.

¿Qué es estúpida? ¡Bah! Mientras callando
guarde oscuro el enigma,
siempre valdrá lo que yo creo que calla
más que lo que cualquiera otra me diga.

Gustavo Adolfo Bécquer. Siglo XIX


De la mujer fatal

Algunos textos para entender de qué estamos hablando

Milady de Winter posee las genuinas  características de la mujer fatal: ambiciosa, despiadada y cruel, demoniaca y desafiante. El hermoso exterior de Milady esconde un interior diabólicamente astuto, despiadado y cruel; es implacable y no tiene remordimientos por sus innumerables «fechorías». A menudo se le describe como «demoníaca» o espantosamente horrible, en el instante en que ve frustrados sus objetivos. Era simplemente perfecta, una princesa.

Un estremecimiento conmovió a toda la sala. Naná estaba desnuda. Apa­recía desnuda con una tranquila audacia y la certeza del poder de su carne. La envolvía una simple gasa; sus redondos hombros, sus pechos de ama­zona, cuyas puntas rosadas se mantenían levantadas y rígidas como lanzas; sus anchas caderas, que se movían en un balanceo voluptuoso; sus muslos de rubia regordeta… Todo su cuerpo se adivinaba, se veía, bajo el ligero tisú, blanco como la espuma. Era Venus naciendo de las aguas y sin más velo que sus cabellos. Y cuando Naná levantaba los brazos, se advertía, a la luz de la batería, el vello de oro de sus axilas. Ya no hubo aplausos. Nadie volvió a reír los rostros de los hombres se alargaban, se les encogía la nariz y tenían la boca irritada y sin saliva. Parecía que un viento muy tenue hubiese pa­sado, preñado de una sorda amenaza. De repente, en la bonachona mucha­cha, se erguía la mujer inquietante, aportando la locura de su sexo, descu­briendo lo desconocido del deseo. Naná continuaba sonriendo, pero con una sonrisa aguda, de devoradora de hombres.
En el París febril y deslumbrante del Segundo Imperio todo el mundo habla de Naná, la nueva estrella del Teatro de Variedades. Su atractivo es irresistible, su ambición, enorme; pero más allá del brillo de la vida mundana se ocultan también la miseria, el sufrimiento y las tragedias personales. Símbolo de la decadencia de la Francia de su época, Naná es también el prototipo de la mujer fatal y de la cortesana sin escrúpulos sentimentales.


—Fernando —dijo la hermosa entonces con una voz semejante a una música—, yo te amo más aún que tú me amas; yo, que desciendo hasta un mortal siendo un espíritu puro. No soy una mujer como las que existen en la Tierra; soy una mujer digna de ti, que eres superior a los demás hombres. Yo vivo en el fondo de estas aguas, incorpórea como ellas, fugaz y transparente: hablo con sus rumores y ondulo con sus pliegues. Yo no castigo al que osa turbar la fuente donde moro; antes lo premio con mi amor, como a un mortal superior a las supersticiones del vulgo, como a un amante capaz de comprender mi caso extraño y misterioso.  Mientras ella hablaba así, el joven absorto en la contemplación de su fantástica hermosura, atraído como por una fuerza desconocida, se aproximaba más y más al borde de la roca. La mujer de los ojos verdes prosiguió así: —¿Ves, ves el límpido fondo de este lago? ¿Ves esas plantas de largas y verdes hojas que se agitan en su fondo?… Ellas nos darán un lecho de esmeraldas y corales…, y yo…, yo te daré una felicidad sin nombre, esa felicidad que has soñado en tus horas de delirio y que no puede ofrecerte nadie… Ven; la niebla del lago flota sobre nuestras frentes como un pabellón de lino…; las ondas nos llaman con sus voces incomprensibles; el viento empieza entre los álamos sus himnos de amor; ven…, ven. La noche comenzaba a extender sus sombras; la luna rielaba en la superficie del lago; la niebla se arremolinaba al soplo del aire, y los ojos verdes brillaban en la oscuridad como los fuegos fatuos que corren sobre el haz de las aguas infectas… Ven, ven… Estas palabras zumbaban en los oídos de Fernando como un conjuro. Ven… y la mujer misteriosa lo llamaba al borde del abismo donde estaba suspendida, y parecía ofrecerle un beso…, un beso… Fernando dio un paso hacía ella…, otro…, y sintió unos brazos delgados y flexibles que se liaban a su cuello, y una sensación fría en sus labios ardorosos, un beso de nieve…, y vaciló…, y perdió pie, y cayó al agua con un rumor sordo y lúgubre. Las aguas saltaron en chispas de luz y se cerraron sobre su cuerpo, y sus círculos de plata fueron ensanchándose, ensanchándose hasta expirar en las orillas.

Yo me acuerdo mal de Delia, pero era fina y rubia, demasiado lenta en sus gestos (yo tenía doce años, el tiempo y las cosas son lentas entonces) y usaba vestidos claros con faldas de vuelo libre. Mario creyó un tiempo que la gracia de Delia y sus vestidos apoyaban el odio de la gente. Se lo dijo a Madre Celeste: “La odian porque no es chusma como ustedes, como yo mismo”, y ni parpadeó cuando su madre hizo ademán de cruzarle la cara con una toalla. Después de eso fue la ruptura manifiesta; lo dejaban solo, le lavaban la ropa como por favor, los domingos se iban a Palermo o de picnic sin siquiera avisarle. Entonces Mario se acercaba a la ventana de Delia y le tiraba una piedrita. A veces ella salía, a veces la escuchaba reírse adentro, un poco malvadamente y sin darle esperanzas.


A modo de epílogo. Ni una ni otra, ambas. De la donna angelicata a la femme fatal en Grease

Al igual que la novela han recibido y recibe influencias de otros géneros literarios y de corrientes distintas psicológicas, igualmente otros medios narrativos toman de ella modelos y tópicos, que, reelaborados y recreados una y otra vez, no solo mantienen vivos los arquetipos femeninos, sino que actualizan su papel social a través de modernización de unos símbolos mediante los cuales toman cuerpo; símbolos que han llegado hasta nuestros días, guardados en nuestra psique colectiva, a través de medios diversos. Un caso paradigmático es, por la repercusión que posee en amplias capas de la sociedad actual, el modo en que estos símbolos e imágenes han sido trasladaos al cine. Puede servirnos de ejemplo de ello la construcción del personaje femenino protagonista de la exitosa película Grease, Sendy, interpretado por la cantante Olivia Newton Jones, que se levanta alrededor de las dos representaciones del arquetipo de la amante que hemos visto en este primer club de lectura. Por un lado, representa y asume los rasgos que caracterizan a la mujer angelical, que sublima el amor y a la que subliman como portadora de los más bellos dones; y, por el otro, adquiere y encarna los elementos representativos de la mujer fatal, deseable sexualmente, cuyo comportamiento ejemplifica la perversión del gozo de vivir y de las fuerzas vitales, dando salida a los más básicos instintos.


PASEN Y LEAN

Sometemos la novela elegida a un proceso de análisis de contenido que incluirá: 1) acceso al sentido inmediato literal. tanto al sentido literal-literal de la narración, de la historia narrada en el texto, como al sentido literal-estratégico, esto es, la estrategia inherente a la intención buscada por el texto a través de atributos tangibles e intangibles que pueden ser percibidos por el lector a lo largo de su lectura. 2) Acceso al sentido alegórico, simbólico del texto, que hace que los lectores seamos considerados como representantes de grupos sociales, y que los hechos ficticios pasen a convertirse en símbolos, en propuestas ideológicas concretas. 3) acceso al sentido tropológico: al unir el texto leído con otros textos que persiguen un mismo fin, o que están emparentados por una intención común o un mismo valor general, que va más de la inmediata intencionalidad temática, descubrimos el modo en que el texto incide en la consolidación o alteración de un determinado imaginario colectivo, El texto, pues, traspasa la intención estratégica del autor para hacer llegar a sus lectores mensajes que se interiorizan, o lo que es igual, se pone al servicio de ciertos valores que participan de una visión completa del ser humano y del mundo.


LA AMANTE (II):
De la jaula de oro a la mujer liberada

Obra seleccionada: El despertar, de Kate Chopin.

Sinopsis: La publicación de «El despertar» en 1899 desencadenó una cascada de críticas negativas que mostraban los condicionantes y prejuicios morales de los críticos norteamericanos de fin de siglo. Considerada a menudo como la Madame Bovary criolla, la protagonista, Edna Pontellier, es una mujer burguesa que entra en crisis al poner en duda el papel del matrimonio y la maternidad, manifiesta abiertamente su deseo sexual y decide romper con toda la seguridad que le otorga su privilegiado estatus social.

Breve guía de lectura de El despertar (solo para suscriptores al Club de lectura)


Fragmentos

Madame Bovary. La soñadora Emma, una joven de provincias casada con Charles Bovary, un hombre aburrido incapaz de complacerla y satisfacerla, buscará la realización de sus sueños en otros amores, pasionales y platónicos…, pero ninguno de ellos logrará calmar su desesperada ansiedad y sus románticas inquietudes. La figura de Emma Bovary, convertida en un personaje arquetípico de la literatura y el cine, sigue vigente como símbolo de la insatisfacción vital de la clase media y de la mujer inconformista que no se resigna a llevar una existencia rutinaria y monótona dentro de los límites impuestos por la sociedad patriarcal.

Orlando. Hoy más que nunca, podemos reivindicar el personaje transgresor de Orlando, creado por Virginia Woolf en 1928, porque trasciende los límites de género y sexo pues su existencia conforma tanto el género masculino como el femenino. Esta fantástica figura que sirve a Virginia Woolf para reflexionar sobre la condición de la mujer, su posición en la sociedad y la igualdad, tanto social como intelectual, entre hombres y mujeres.

Jane Eyre. El personaje de Jane Eyre es un personaje libre que no necesita la opinión de la sociedad y en concreto, la de ningún hombre, para realizar sus elecciones, siempre fiel a sus pensamientos. Se trata de de alguien que posee una gran conciencia moral, que le hace ser firme en sus decisiones, aunque estas puedan verse en algunas ocasiones influenciadas por los sentimientos.

La librería. Florence Green, en esta novela agridulce, encarna a una librera vocacional, inteligente y sensible, que se instala en un pueblo costero de Inglaterra, conservador y apagado, a finales de los años cincuenta.  Es una persona comprometida con la justicia, que no teme dar un paso adelante contra la intolerancia, los prejuicios y los abusos. Una luchadora y valiente, dispuesta a enfrentar todas las dificultades para conseguir vivir la vida que ha elegido para sí misma

PDF con los fragmentos seleccionados de las anteriores novelas


Los lectores y las lectoras aportan

Tus personaje literario femenino