Coordina Pedro Hilario Silva.
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una foto/ un autor / un libro
Mapamundi literario. https://www.greenmebrasil.com/viver/arte-e-cultura/8017-mapa-mundi-literario/
- 01. Europa. Junto a la casa de Pierre Loti. Rochefort. Francia.
- 02. Europa. Junto a la estatua de Antonio Machado. Segovia, España.
- 03. Europa. Frente a la casa de Liev Nikolaievich Tolstoi (León Tolstoi). Moscú. Rusia.
- 04. Europa. Con la estatua de Alfonso X el Sabio en la Biblioteca Nacional, Madrid. España
- 05. América. Entrada al Cherry Lane Theatre. Nueva York, Estados Unidos.
- 06. Europa. Sepultura de Cortázar en el Cementerio de Montparnasse. París. Francia
- 07. Europa. En el retiro francés de Francesco Petrarca. Fontaine de Vaucluse. Francia.
- 08. Europa. Sepultura de Jorge Guillén en el Cementerio Inglés. Málaga. España.
- 09. Europa. La Pardo Bazán en el Jardín de la Feministas. Madrid. España.
- 10. Europa. Buñuel y La Orden de los Caballeros de Toledo. Madrid. España.
- 11. Europa. Teatro popular en Cuacos de Yuste. Cáceres. España.
- 12. Europa. Residencia de Estudiantes. Madrid. España.
- 13. Europa. Galdós murió en Madrid. Madrid. España.
- 14. Europa. Baroja en su Paseo. San Sebastián/Donostia. España
- 15. Europa. Valle-Inclán pasea en Recoletos. Madrid. España
- 16. Europa. La Glorieta de Edmundo en la Alameda. Cádiz. España.
- 17. Europa. Delante del Teatro Español en la Plaza de Santa Ana. Madrid. España
- 18. Europa. RAMÓN, con mayúsculas, Gómez de la Serna. Madrid. España
- 19. Europa. Biblioteca Salaborsa y Piazza couperta Umberto Eco. Bolonia. Italia.
- 20. Europa. Casa de Moratín en Pastrana. Guadalajara. España
- 21. Europa. Casa-Museo de Vicente Blasco Ibáñez. Valencia. España
- 22. Europa. Homenaje a Cunqueiro. Lugo. España
- 23. Europa. Cervantes y el Hospital de la Resurrección. Valladolid. España.
- 24. América. El museo donde veraneaban Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. Buenos Aires. Argentina.
- 25. Europa. Calderón mira al Español en el Barrio de las Letras. Madrid. España.
- 26. Europa. Muñoz Seca en su plaza coquinera. El Puerto de Santa María. España.
- 27. Europa. Ana Ozores nos habla de Clarín frente a la catedral de Vetusta. Oviedo. España.
- 28. Europa. Torrente Ballester en el estuario del río Miñor. Pontevedra. España.
- 29. Europa. Frente a la casa de los Jove-Llanos. Gijón. España.
- 30. Europa. Junto a Gracián en su pueblo. Belmonte de Gracián. España
- 31. Europa. Con Teresa de Jesús, en familia. Ávila. España
- 32. Europa. Eduardo López Amor pasea por Ourense. España
- 33. Europa. Cervantes y la fuente de Argales en Valladolid. España
- 34. Europa. Ignacio en su tierra. Vitoria. España
- 35. América. Cervantes en el mundo. Santo Domingo. República Dominicana (I)
- 36. América. El Nuevo Mundo en el Siglo de Oro . Santo Domingo. República Dominicana (II)
- 37. Europa. Campoamor en el Retiro. Madrid. España.
- 38. Europa. Zorrilla dedica su Don Juan. Lerma. España.
- 39. Europa. El Camino de la Lengua en Santo Domingo de Silos. Burgos. España.
- 40. Europa. Hilario Tundidor en su plazuela. Zamora . España.
- 41. Europa. Lorca junto al Sena. París. Francia.
- 42. Europa. Brecht frente a su teatro. Berlín. Alemania
- 43. Europa. Goethe-Schiller: laureles y amistad. Weimar. Alemania
- 44. Europa. Un señor en Bembibre. Villafranca del Bierzo. España
- 45. Europa. Con Manuel Díaz Luis en el pueblo de su infancia. Campillo de Salvatierra. Salamanca. España
-Para escuchar mientras viajamos. Música libre de derechos de Ezequiel David Urbano-
Una de las actividades más frecuentes que llevamos a cabo cuando viajamos es la de fotografiar paisajes, monumentos, esculturas… Lo hacemos por la calle y lo intentamos también en los museos y en el interior de los edificios. Las razones por las que llevamos a cabo esta actividad son, sin duda, variadas, pero en todas ellas suele subyacer una especie de admiración, fascinación o asombro ante lo captado por nuestra cámara. La imagen puede surgir como forma de evocación o de eso que alguno han llamado fetichismo literario, pero también como homenaje hacia quien ha creado obras que nos han emocionado, enseñado inquietado, conmovido. Esta doble dimensión de la imagen fotográfica es la que da sentido a esta sección en la esperamos que aquellos socios y visitantes que lo deseen compartan esa fotografía personal en la que quisieron dejar constancia de su admiración hacia un poeta, un novelista o un dramaturgo a través de la captura de ese instante en el que posaron junto a su estatua, retrato o vivienda.
Conocer y ubicar los lugares donde han nacido o residido, o que han visitado, esos autores a través de nuestras imágenes nos permitirá construir entre todos un atlas vital y literario lleno de propuestas viajeras y elaborar un itinerario de lugares significativos que, creado sobre vínculos literarios, establezca nuevos lazos emocionales que humanice a los escritores y nos los haga más próximos.
La ubicación del lugar donde se realiza la fotografía y un pequeño comentario sobre las razones que motivaron dicha acción, así como una breve cita de alguna obra del autor evocado, completarán cada aportación icónica a la sección. Si a ello le añadimos la grabación de la lectura de algún fragmento de la obra citada, perfecto.
Si deseas participar en esta aventura, puedes enviar tus fotos o archivo a: info@apequevedo.es. Basta poner en asunto: Fototeca APEQ.
1. Europa. Junto a la casa de Pierre Loti. Rochefort. Francia
«…en el fondo de las selvas de Siam, he visto alzarse la estrella vespertina sobre las grandes ruinas de Angkor…» (Pierre Loti)
En 2014 visité por segunda vez la ciudad francesa de La Rochelle. A 29 kilómetros de esta hermosa villa marinera, situada dentro del departamento de Charente Marítime, en la región Nueva Aquitania, se encuentra Rochefort, ciudad que seguramente casi todos confundirán con la ciudad de Roquefort, en donde se elabora el famoso queso azul, pero con la que nada tiene que ver, salvo el que las dos son francesas. No fue, pues, degustar las exquisiteces de ningún queso azul lo que me hizo recorrer esos 29 kilómetros por la campiña francesa, sino el hecho de que en esta antigua ciudad costera del suroeste francés nació el 14 de enero de 1850 Louis-Marie-Julien Viaud, quien será conocido en el mundo literario como Pierre Loti. Mi interés por visitar el número 137, de la Rue Pierre Loti no era, pues, otro que conocer dónde había nacido este marino, corresponsal y viajero empedernido, elegido miembro de la Academia Goncourt en 1883, y miembro de la Academia Francesa en 1891, quien en 1901 escribió una de las obras más deliciosas y evocadoras que he leído nunca: El peregrino de Angkor. La foto elegida quiere ser testimonio de esta visita.
En la sección ‘Recitario’ de esta página web, en la entrada 152, podemos encontrar: Pierre Loti (1850-1923): fragmento del libro de viajes «El peregrino de Angkor» (1912) [2000], leído por Pedro Hilario Silva.
(Autor de la fotografía Pedro Hilario Silva)
2. Europa. Junto a la estatua de Antonio Machado. Segovia, España
«…Verdad que el agua del Eresma/nos va lamiendo el corazón[…] / !Torres de Segovia,/ cigüeñas al sol!…» (Antonio Machado)
A las puertas del Teatro Juan Bravo, en la Plaza Mayor de Segovia, tiene Antonio Machado una escultura en bronce. En ella el poeta de la Generación del 98 aparece representado con gabán y bufanda, apoyándose en un bastón, al tiempo que sujeta en su mano izquierda mi admirado libro Campos de Castilla. Aunque al autor sevillano se le identifica con la ciudad castellana de Soria, en donde vivió y contrajo matrimonio con Leonor Izquierdo, lo cierto es que también en Segovia vivió durante siete años en los que ejerció de profesor de francés en el Instituto de segunda enseñanza de esta hermosa ciudad.
Yo, que en 2012 visitaba de nuevo Segovia, descubrí con sorpresa la estatua que había sido inaugurada dos años antes. La foto elegida quiere ser testimonio de este encuentro.
(Autor de la fotografía Pedro Hilario Silva)
3. Europa. Frente a la casa de Liev Nikolaievich Tolstoi (León Tolstoi). Moscú. Rusia
«Toda la variedad, todo el encanto y toda la belleza que existe en este mundo está hecha de luces y sombras».(León Tolstoi)
Solo por haber escrito Guerra y Paz, el conde de Tolstoi merece su puesto en el panteón de los más grandes autores de la literatura universal de todos los tiempos. La foto está tomada en 2016 junto a la casa del escritor, ubicada en Lva Tolstogo, 21, en el barrio moscovita de Jamóvniki (metro Park Kultury), cerca de la espléndida iglesia de san Nicolás. Es un casa amplia, construida de madera y pintada de colores alegres.
En esta casa León Tolstói vivió casi veinte años. Desde 1882 hasta 1901. La casa, hoy convertida en Museo, al parecer se reconstruyó y amuebló siguiendo sus instrucciones, por lo que permite imaginarnos la manera de vivir del escritor y su familia.
(Autor de la fotografía Pedro Hilario Silva)
4. Europa. Con la estatua de Alfonso X el Sabio en la Biblioteca Nacional de España, en Madrid
«Acucioso debe el rey seer en aprender los saberes, ca por ellos entenderá las cosas de raíz; et sabrá mejor obrar en ellas, et otrosí por saber leer sabrá mejor guardar sus poridades et seer señor dellas, lo que de otra guisa non podie tan bien facer, ca por la mengua de non saber estas cosas haberle por fuerza de meter otro consigo que lo sópiese, et poderle hie avenir lo que dixo el rey Salomon, que el que mete su poridat en poder de otro facese su siervo, et quien la sabe guardar es señor de su corazón; lo que conviene mucho al rey».
COMO EL REY DEBE SEER ACUCIOSO EN APRENDER LEER, ET DE LOS SABERES LO QUE PUDIERE
PARTIDA SEGUNDA. TÍTULO V, LEY XVI
154. Alfonso X el Sabio (1221-1284): «Como el rey debe ser acucioso en aprender leer», fragmento de la Partida Segunda. Título V. Ley XVI (s. XIII), en versión de Antonio Solalinde (1922), leído por Javier Fernández Delgado para Fototeca literaria 4 (4 septiembre 2022). Véase El rey lector en web cooperativa. En Recitario 154.
El Liceo Español Luis Buñuel de París, de Acción Educativa Exterior española, llevó a cabo el pasado año un proyecto educativo con el que colaboraron varios miembros de nuestra Asociación con responsables de los departamentos de Historia, Lengua y otros del instituto parisino, que consistió en crear el sitio web Alfonso X el Sabio Web cooperativa 1221-2021, que conmemoraba los ocho siglos del nacimiento del Rey Sabio.
La conectividad digital permitió el trabajo colaborativo Madrid-París, que confluyó finalmente en una semana cultural que incluyó un Videoencuentro conmemorativo del centenario de Alfonso X el Sabio entre alumnos del Liceo Luis Buñuel (2.º Bachillerato) de París (Francia) y del Instituto Condestable Álvaro de Luna (1.º Bachillerato) de Illescas, Toledo (España). Fruto de esos trabajos fue también el artículo en el n.º 11 de Letra 15 titulado El Rey Sabio para bachilleres, en su centenario y varios audios que recogimos en Fonoteca 17.
17. Alfonso X el Sabio (1221-1284), dos textos recitados por Luis Cañizal: «Aleixandre y el hipotamo» (1:26), de la General e Grand Estoria, y «De las avantaias de los trebeios del acedrex», sobre el rey (0:46), de Libros de axedrez, dados e tablas. En su artículo incluido en Alfonso X el Sabio, web cooperativa 1221-2021 (2021). Atención a la pronunciación antigua, como quería Rafael Lapesa.
La imagen registra la emoción compartida tras la puesta en marcha definitiva del proyecto promovido por Consejería del Ministerio de Educación y Formación Profesional de España en Francia.
En la imagen, estatua del Rey Sabio en la Biblioteca Nacional de España en Madrid, con presencia del editor web, Javier Fernández Delgado, y el coordinador del proyecto parisino, Leandro Sánchez Garre, tras la reunión técnica de el 16 de febrero de 2021. Autor de la fotografía Luis Cañizal.
5. Norteamérica. Entrada al Cherry Lane Theatre. Nueva York, Estados Unidos
«How many roads must a man walk down/ Before you call him a man? (¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre antes de ser llamado hombre?)». (Bob Dylan)
Una de las zonas de Nueva York que uno debe recorrer con tiempo es, sin duda, el barrio de Greenwich Village, uno de los lugares con más sabor literario y artístico de la Gran Manzana. En este popular barrio, conocido cariñosamente como «The Village», está el Cherry Lane Theatre (‘Teatro de la Vereda de Cerezos’), un pequeño teatro, ubicado en el 38 Commerce Street, entre las calles Barrow y Bedford, en el vecindario West Village, que pasa por ser el más antiguo de la ciudad que funciona continuamente fuera de Broadway. Es en su entrada donde, en el verano de 2018, poso para la foto .
Varias son las razones que me llevaron a ello; por ejemplo, el hecho de que Robert Zimmerman, más conocido como Bob Dylan (el nombre artístico lo tomaría del poeta británico Dylan Thomas, otro habitual de las tabernas del barrio), Premio Nobel de Literatura en 2016, tocaba allí sus canciones mucho antes de su ascenso a la fama; pero sobre todo porque este pequeño teatro acogió durante muchos años gran parte de las actuaciones de la vanguardia teatral que se identificaron con la llamada contracultura artística. De hecho, allí representaron sus obras regularmente muchos dramaturgos asociados con el teatro del absurdo; llegando, incluso, Samuel Beckett a estrenar en él su obra Final de la partida en 1957.
(Autor de la fotografía Pedro Hilario Silva)
6. Europa. Sepultura de Cortázar en el Cementerio de Montparnasse, en París
«’Después de todo’, pensó Oliveira, ‘los juegos en el cementerio los puedo hacer yo solo’.
Fue a buscar el diccionario de la Real Academia Española, en cuya tapa la palabra Real había sido encarnizadamente destruida a golpes de gillete, lo abrió al azar y preparó para Manú el siguiente juego en el cementerio.
«Hartos del cliente y de sus cleonasmos, le sacaron el clíbano y el clípeo y le hicieron tragar una clica. Luego le aplicaron un clistel clínico en la cloaca, aunque clocaba por tan clivoso ascenso de agua mezclada con clinopodio, revolviendo
los clisos como clerizón clorótico» (de Rayuela).
En París los cementerios están repletos de vivos que los recorren para evocar a los muertos y ejercitar el paseo por el jardín melancólico, que ya practicaron los decimonónicos antes de la llegada de la radio, el cine, la televisión y las redes sociales. Sus ecos llegan hasta hoy día, y todavía se encuentran paseantes que consultan en la entrada de los cementerios parisinos ─Père Lachaise, Montparnasse, Montmartre…─ los planos de las sepulturas de las personalidades allí enterradas, y los recorren buscándolas, muchas veces con poco éxito, porque se juntan muchas generaciones de difuntos en los mismos espacios. Son lugares bellísimos y evocadores, que normalmente están bien cuidados y que da gusto recorrer. En uno de ellos está la lápida con el nombre Julio Cortázar: tocas la losa y enseguida se presentan al recuerdo La Maga y Oliveira… Abro la novela en el móvil y busco un pasaje que leo en voz alta y que dejo que se pose con suavidad en la losa de piedra.
(Autora de la fotografía Toa Colino)
7. Europa. En el retiro francés de Francesco Petrarca. Fontaine de Vaucluse, Francia
SONETO A LAURA
Paz no encuentro ni puedo hacer la guerra,
y ardo y soy hielo; y temo y todo aplazo;
y vuelo sobre el cielo y yazgo en tierra;
y nada aprieto y todo el mundo abrazo.
Quien me tiene en prisión, ni abre ni cierra,
ni me retiene ni me suelta el lazo;
y no me mata Amor ni me deshierra,
ni me quiere ni quita mi embarazo.
Veo sin ojos y sin lengua grito;
y pido ayuda y parecer anhelo;
a otros amo y por mí me siento odiado.
Llorando grito y el dolor transito;
muerte y vida me dan igual desvelo;
por vos estoy, Señora, en este estado.
En 2016 nos desplazamos desde la ciudad francesa a Aviñón, en la que pasábamos unos días de vacaciones, hasta La Fuente de Vaucluse (en francés Fontaine de Vaucluse). Se trata de un impresionante manantial kárstico situado cerca de la comuna de Fontaine-de-Vaucluse, a la que da nombre, en el departamento de Vaucluse ( en occitano Vauclusa). La razón de la visita era doble: conocer un hermoso paraje natural; pero, sobre todo, hacerlo porque a comienzos del siglo XIV el poeta Francesco Petrarca pasó allí temporadas de descanso y creación durante una de sus estancias en la Ciudad de los Papas.
A mi izquierda, hay varias placas conmemorativas que nos recuerdan esta estancia de Petrarca en el lugar: una es de la Sociedad de Amigos de Dante Alighieri (orgullo italiano), otra de los poetas del lugar y otra, sin duda, la más significativa, la que dedica a la memoria del poeta toscano la Liga internacional del Esperanto. Las placas están dedicadas tanto al poeta renacentista como a su amada Laura de Noves, noble provenzal, esposa del marqués Hugo de Sade, a la que Petrarca conoció en la Iglesia de Santa Clara durante su estancia en Aviñón el 6 de abril de 1327, y que se considera la fuente inspiradora de la obra magna del poeta italiano, una obra llena de lirismo que tendrá una repercusión inmensa en la literatura occidental: su maravilloso Cancionero.
Al parecer, será el amor hacia Laura lo que hará que el poeta precursor del humanismo vuelva en 1337 a Aviñón, tras haber abandonado Francia durante algunos años; y compré una pequeña finca cerca del manantial al que ya los romanos llamaban «Vallis Clausa» («valle cerrado»). En esa finca pasará el poeta tres años escribiendo numerosos sonetos en honor de su amada…platónica.
Soneto a Laura, recitado en la web AlbaLearning
(Fotografía de Miren Álvarez Chillida)
8. Europa. Sepultura de Jorge Guillén en el Cementerio Inglés. Málaga, España
«¡Oh luna, cuánto abril, qué vasto y dulce el aire! Todo lo que perdí volverá con las ave». (Jorge Guillén)
En las Navidades de 2018 visité de nuevo Málaga. Como en ocasiones anteriores descubrí, entre los lugares recordados, algunos nuevos que una vez más consiguieron sorprender mi curiosidad viajera y literaria. Uno de ellos fue un pequeño cementerio, ubicado en la llamada Cañada de los Ingleses, en el distrito centro de la ciudad, en concreto en el número 1 de la Avenida de Príes, que fue el primer cementerio protestante de España. Sobre la puerta de acceso se encuentra la fecha de construcción, el año 1856.
Aunque, como en todo cementerio que se precie, hay un conjunto de monumentos sepulcrales y tumbas de postín, con rasgos clásicos, neogóticos o, incluso, modernistas, llama la atención la sencilla factura de las tumbas de sus más eximios residentes, nos referimos a las del escritor británico Gerald Brenan y su mujer Gamel Woolsey, y a la del poeta de la generación del 27 Jorge Guillén, junto a la cual poso en la foto. Sobre la lápida puede verse un casi borrado epitafio que recoge solo el nombre del poeta y los datos de su nacimiento y muerte.
Nacido noventa y un años antes en una Valladolid finisecular, Jorge Guillén, uno de nuestros mayores representantes de la llamada poesía pura, conformante del irrepetible grupo poético que conocemos como Generación del 27, vino a ser enterrado el 6 de febrero del año 1984 en este pequeño camposanto levantado en el siglo XIX para dar sepultura a los que por su religión no podían ser inhumados en tierra sagrada y eran enterrados en las playas cercanas a la ciudad. Este vallisoletano, nombrado hijo predilecto de Andalucía, que vivió años de exilio a causa de la guerra civil, hizo de su poesía, recogida fundamentalmente en su obra Cántico, un himno al ser y a la vida. La austeridad de su tumba parece hablarnos también de la sencillez del ser humano que en ella reposa.
Aunque merece que se le preste algo más de atención y cuidado, esta vieja necrópolis aún posee algo de ese misterioso encanto que tanto atrajo al escritor danés Hans Christian Andersen en su visita a la ciudad andaluza en 1863, hecho del que dejaría constancia en su libro Un viaje por España: «Algo de esa extraña fuerza ejerció el cementerio protestante de Málaga sobre mí. Llegué a comprender por qué un lunático inglés se había quitado la vida para que lo enterrasen en este lugar. Gracias a Dios, yo no soy un lunático, sino que siento deseos de ver más de este bendito mundo, y no me quité la vida. Me parecía andar por un trozo de paraíso, por el más maravilloso de los jardines.»
(Autor de la fotografía Pedro Hilario Silva)
9. Europa. La Pardo Bazán en el Jardín de la Feministas. Madrid. España
«Los Pazos de Ulloa están allí -murmuró extendiendo la mano para señalar a un punto en el horizonte.- Si la bestia anda bien, el camino que queda pronto se pasa… Ahora tiene que seguir hasta aquel pinar ¿ve? y luego le cumple torcer a mano izquierda, y luego le cumple bajar a mano derecha por un atajito, hasta el crucero… En el crucero ya no tiene pérdida, porque se ven los Pazos, una costrución muy grandísima». (Emilia Pardo Bazán)
Madrid es, sin duda, una ciudad llena de referencias históricas y culturales, muchas de ellas literarias. Pasear por sus calles es toparse continuamente con monumentos, estatuas, placas que nos recuerdan acontecimientos o personajes relevantes. Podría haber elegido, por ello, la imagen de muchos lugares, pero he querido seleccionar esta fotografía por dos razones: la primera porque en ella vemos la estatua de una de las más insignes escritoras españolas: Emilia Pardo Bazán; una estatua, obra de Rafael Vela, que situada frente a los números 2 y 4 de la calle de las Negras, junto al cruce de esta con la calle Princesa, fue sufragada en 1926 por un grupo de mujeres, con la Duquesa de Alba al frente (uno de cuyos palacios, el de Liria, está justo al lado ); y la otra, porque la estatua se encuentra situada dentro del llamado Jardín de las Feministas.
Estoy segura de que a doña Emilia la ubicación le habría agradado, y no porque estar cerca de un palacio cuadrara con su rancio abolengo aristocrático, no olvidemos que la autora de Los Pazos de Ulloa era condesa; sino porque fue mujer de un firme pensamiento feminista que le llevó no solo a defender a la mujer en escritos y tribunas, sino a romper con su propio comportamiento con los estereotipos de una época en consideraba a la mujer un ser carente de individualidad, con un destino marcado por la subordinación a la figura masculina, y separada de toda proyección pública.
Al parecer, la placa situada en la actualidad en lo alto de la farola que esta situada detrás de la estatua fue objeto de vandalismo continuado cuando se hallaba ubicada junto a la acera. Por lo que se ve las cabezas de algunos no están muy alejadas de aquellos pensamientos propios de esa sociedad intolerante y opresiva que hace más de un siglo doña Emilia tantas veces criticó; pensamientos que parecen no haber avanzado desde aquellos tiempos en los que las mujeres sufrían, como la propia escritora, las consecuencias de una supuesta superioridad masculina; una actitud retrograda e irracional que entre otras cosas hizo que, a pesar de ser novelista, poetisa, periodista, traductora, crítica literaria, editora, catedrática universitaria, conferenciante; nuestra autora no solo no consiguiera el reconocimiento que merecía, sino que, por el contrario, le ocasionó críticas, insultos machistas y discriminación de hasta sus propios compañeros escritores, que le negaron hasta tres veces el ingreso en la Real Academia Española (RAE) a pesar de sus innumerables méritos.
(Fotografía de Miren Álvarez Chillida)
10. Europa. Buñuel y La Orden de los Caballeros de Toledo. Madrid. España
«Al día siguiente tomé la decisión de fundar la «Orden de Toledo». La regla era muy simple: cada uno debía aportar diez pesetas a la caja común, es decir, pagarme diez pesetas por alojamiento y comida. luego había que ir a Toledo con la mayor frecuencia posible y ponerse en disposición de vivir las más inolvidables experiencias». (Luis Buñuel)
Muy cerca de la Plaza de España, abriendo la calle de la Princesa, se halla el sexto edificio más alto de Madrid: La Torre de Madrid. Se tata de un rascacielos que mide 142 metros (162 metros con la antena) y que fue construido entre los años 1954 y 1960. Hoy posee un uso mixto, y alberga un hotel y viviendas particulares. A este emblemático edificio se le conoce por muchas cosas, incluso fue objeto de una canción, la que compuso el dúo tecno pop Azul y Negro, y a la que titularon, sin mucha originalidad, La Torre de Madrid. Sin embargo, el motivo de que la recojamos en esta fototeca literaria es porque este edificio fuer el elegido por Luis Buñuel para vivir durante sus estancias en la capital española, entre 1960 y 1980. La placa junto al portal de acceso nos lo recuerda, al tiempo en que no duda en calificar al director maño como «Figura clave del siglo XX».
Luis Buñuel había vivido en Madrid muchos años antes de esas estancias en la Torre madrileña. Llegó a Madrid en 1917 siguiendo el deseo paterno de que estudiara ingeniería agrónoma. En Madrid permaneció unos siete años, que dieron para mucho, entre otras cosas, para formar parte, junto a Pepín Bello, Federico García Lorca y su hermano Paquito, Pedro Garfias, Augusto Casteno, José Uzelay y Ernestina González, Salvador Dalí, Rafael Albert o, Antonio Solalinde, entre otros, de la llamada Orden de los Caballeros de Toledo (que el mismo fundó y de la que da cumplida cuenta en su libro de memorias: Mi último suspiro). Excentricidad de juventud, quizás, La Orden de los Caballeros de Toledo, sin embargo, nos dice mucho de cómo era ese grupo de intelectuales y artistas con los cuales el director calandino compartió, además, durante esos años madrileños que muchos no han dudado en denominar La Edad de Plata de la cultura española, estancia en otro de los lugares emblemáticos de Madrid: La Residencia de Estudiantes,.
Junto a sus guiones y sus películas, Buñuel nos ha dejado, pues, esa obra impagable que son sus memorias; impagable, sí, pues nos permite saborear de primera mano aquellos años de comienzo del siglo XX en los que, como han apuntado más de un crítico, la novela, la pintura, el ensayo, la música y la lírica peninsulares lograrán una fuerza extraordinaria como expresión de nuestra cultura nacional, y un prestigio inaudito en los medios europeos… un prestigio europeo de lo español que no tenía precedentes desde mediados del siglo XVII.
(Fotografía de Pedro Hilario Silva)
11. Europa. Teatro popular en Cuacos de Yuste. Cáceres. España
«En la plaza de un pueblo, a poco de comenzar la representación a cielo abierto, se pone a llover implacablemente, bien cernido y menudo. Los actores se calan sobre las tablas, las mujeres del pueblo se echan las sayas por la cabeza, los hombres se encogen y hacen compactos: el agua resbala, la representación sigue; nadie se ha movido». (Damaso Alonso, 1937)
En la Comarca de La Vera, muy cerca del Monasterio de Yuste , donde Carlos I, o V, según se mire, pasó sus últimos meses de vida, se encuentra la villa de Cuacos de Yuste, conjunto urbano que llama la atención por la perfecta conservación de su arquitectura popular y nobiliaria y que allá por 1959 fue declarado “Paraje Pintoresco” -que viene a ser lo mismo que Bien de Interés Cultural-. Este hermoso pueblo verato, se conoce sobre todo por poseer, junto al gentilicio oficial de cucareños, el llamativo de «los perdonados». Deriva este sobrenombre de una curiosa leyenda, protagonizada nada más y nada menos que por el famoso «Jeromín» (quién no recuerda la película de Luis Lucia), más conocido de mayor como Juan de Austria. El cuento nos habla de una pedrada en la noble testa del chaval, a la sazón protegido del hijo de Juana de Castilla, y del perdón de todo un emperador a un pueblo por entender que la agresión no fue otra cosa que una refriega entre niños.
Muchas son la cosas que pueden verse en este pueblo; pero, sin duda, una de las más llamativas es ese teatro de piedra en medio del municipio. Encontrar en este lugar de trazos medievales un espacio dedicado al noble arte de Talía, me lleva a acordarme, vaya usted a saber por qué, de aquel entusiasta y generoso grupo ambulante de teatro universitario que dirigiera, noventa años atrás, Federico García Lorca, y cuyo nombre La Barraca pasaría a la historia española como sinónimo de acercamiento de la cultura a un pueblo por entonces tan necesitado de ella. Y claro, es pensar en La Barraca e imaginarme al sufriente Segismundo, a la valiente Laurencia, al pícaro Chanfalla o al burlador Juan Tenorio deambulando, como en un sueño, por la dura tarima del escenario, de la mano y el cuerpo de aquellos estudiantes de Filosofía y Letras y Arquitectura, mientras los paisanos de la aldea miran y escuchan entre sorprendidos y expectantes los gestos y las palabras de aquel, como diría Casona, «sazonado repertorio», arrebatado a los eruditos, para devolverlo, en palabras del autor de Yerma , a la luz del sol y al aire de los pueblos.
(Fotografía de Pedro Hilario Silva)
12. Europa. En la Residencia de Estudiantes. Madrid. España
«La Residencia de Estudiantes, donde yo vivía, estaba dividida en gran cantidad de grupos y subgrupos. Uno de estos grupos era el de la vanguardia artística y literaria, el grupo inconformista, estridente y revolucionario […]. Este grupo estaba compuesto por Pepín Bello, Luis Buñuel, García Lorca, Pedro Garfias, Eugenio Montes, Rafael Barradas y muchos otros». (Luis Buñuel)
En la fotografía vemos el banco de la Resi, en el que, entre otros, se sentó Juan Ramón Jiménez, quien enseñó a toda una generación de poetas a entender tanto la tradición como la modernidad.
Nacida en los antiguos Altos del Hipódromo (la «Colina los Chopos», según el nombre que dio al lugar Juan Ramón Jiménez), la Residencia de Estudiantes, formada por amplio conjunto de edificios de estilo neomudéjar, se halla hoy en día situada en el barrio de El Viso, en el madrileño distrito de Chamartín, entre los números 21 y 23 de la Calle del Pinar.
La Junta Directiva de la APE Quevedo se reunió en la emblemática Residencia de Estudiantes de Madrid; en esa estancia enmaderada se puede respirar el ambiente sostenido de libertad y de modernidad en todos los ámbitos; incluso, el espíritu que concita la confluencia de lenguajes artísticos (el piano de Lorca, ay, al que nunca abandonaron ni la música ni el duende en el tacto) y la crisis del individuo en la gran ciudad. Ahí uno puedo estrechar la mano de Rafael Alberti, sentir la tinta en sus venas y compartir impresiones literarias. Esos encuentros que no se olvidan nunca.
En otro lugar de este sitio web se divaga sobre El piano de Lorca en la Residencia de Estudiantes.
La Residencia de Estudiantes fue un proyecto vinculado a la Junta de Ampliación de Estudios (JAE) y al espíritu krausista, que en España desembocó en el surgimiento de la Institución Libre de Enseñanza, un modelo peculiar de enseñanza que se basaba en el pilar de la libertad y del espíritu de la modernidad. En el momento en el que Federico quiso formar parte de esta institución, concebida a modo de complemento formativo para los estudiantes de Educación Superior, el director era Jiménez Fraud, el primero de la Residencia. Resulta significativo recalcar que este complemento formativo superaba en dotación a la enseñanza regulada (especialmente en lo que a material de laboratorio se refiere) y que se convierte en un espacio de interacción entre ámbitos de conocimiento inusual en cualquier institución educativa.
De hecho, constituye un auténtico centro de la cultura española que se convierte en referente europeo ─de emisión y de recepción─ durante el primer tercio del siglo XX. No en vano, en la Residencia se tenía la oportunidad de asistir a las conferencias más variadas y especializadas del momento. Así, en el ámbito científico hubo conferencias de Albert Einstein o Marie Curie, en el ámbito económico de J. M. Keynes, o de las humanidades (Paul Valéry o Igor Stravinsky). Además de este auténtico revulsivo cultural que preconiza el conocimiento holístico y no compartimentado, que tanto comparte con la estética vanguardista y la fusión de lenguajes artísticos, la Residencia asigna a los estudiantes una figura de tutor con el fin de que la formación se produzca también en dominios humanos no regulados desde el punto de vista de la educación formal. Esta estructuración educativa asimila a los college británicos; no olvidemos que esta figura de tutor la desempeñaron escritores como Juan Ramón Jiménez o José Moreno Villa, entre otros muchos. Este grado de convivencia con el tutor aportaba un especial enfoque educativo que no ofrecían otras instancias educativas en nuestro país. Por otra parte, esta especial conexión promovió indiscutiblemente una relación entre profesores y estudiantes que facilitó el tejido humano para la llamada Generación del 27. La progresión y el avance culturales que supusieron el desarrollo de la institución, como ocurrió en todas las esferas, experimentó un corte abrupto cuando se desató la Guerra Civil. Es impredecible aventurar qué metas habría alcanzado sin la traumática contienda, pero parece que, en todo caso, nunca volvería a alcanzar la naturaleza y el impulso con que nació. Muy tardíamente, la democracia la recuperó, ya en 1986, dependiente del CSIC.
(Extracto del artículo Lorca al encuentro: la Residencia de Estudiantes y las revistas literarias, publicado en el número 9, mayo 2019, de Letra 15.)
(Fotografía de Enrique Ortiz)
13. Europa. Galdós murió en la capital. Madrid. España
Un amigo mío, con quien me unen vínculos sempiternos, ha dado en la flor de amenizar su ancianidad cultivando el huerto frondoso de sus recuerdos; más en esta labor no le ayuda con la debida continuidad su memoria, que a las veces ilumina con vivísimo esplendor los días pasados y luego se eclipsa y los deja sumergidos en noche tenebrosa. Estas intermitencias del historial retrospectivo de mi amigo le turban y desconciertan. Escrita la primera parte de sus apuntes biográficos, no a muchos días que las puso en mis manos, pidiéndome que llenase yo las lagunas o paréntesis que hacen de su obra una mezcolanza informe, sin la debida trabazón lógica de los hechos que se refieren.
A tales escrúpulos respondí yo:
—«Simplón, no temas dar a la publicidad los recuerdos que salgan luminosos de tu fatigado cerebro y abandona los que se obstinen en quedar agazapados en los senos del olvido, que ello será como si una parte de tu existencia sufriese temporal muerte o catalepsia, tras de la cual resurgirá la vida con nuevas manifestaciones de vigorosa realidad».
(Benito Pérez Galdós. Memorias de un desmemoriado, 1915).
Don Benito, que llegó a Madrid en 1862 con 19 añitos, murió en esta capital el 4 de enero de 1920, ciego y desmemoriado, en una casa de la calle Hilarión Eslava, n.º 7 ─perteneciente a un sobrino, y situada en el espacio en el que hoy se levanta un edificio moderno─; y lo hizo tras legarnos una ingente producción de novelas, obras teatrales y otras muchas de diversa índole que le supusieron un gran reconocimiento social. Pudo asistir a la inauguración de su propio monumento conmemorativo en el Parque del Retiro ─se dice que palpó con sus manos la escultura para confirmar el parecido─ y fue acompañado y despedido por varios miles de personas en su último viaje al Cementerio católico de la Almudena, donde fue enterrado en una tumba familiar, muy cerca, a unos pasos, del Cementerio Civil.
(Fotografía de Javier Fernández Delgado)
14. Europa. Baroja en su Paseo. San Sebastián/Donostia. España
«En este caserío nació y pasó los primeros años de su infancia Martín Zalacaín de Urbia, el que, más tarde, había de ser llamado Zalacaín el Aventurero; en este caserío soñó sus primeras aventuras y rompió los primeros pantalones». (Pío Baroja)
No muy lejos las playas de Ondarreta y La Concha, dos de las tres playas de la ciudad de San Sebastián, y muy próximo al Palacio de Miramar (construido en 1893 a petición de la Reina María Cristina de Austria, quien por aquel entonces veraneara es esta hermosa ciudad norteña) y del barrio de El Antiguo se halla el Paseo de Pío Baroja. En su inicio se encuentra, desde 1972, una escultura realizada por Néstor Basterretxea Arzadun, con la que se conmemoró el centenario del nacimiento del autor de La Busca. La obra, que ganó el primer premio de la II Bienal de Escultura de San Sebastián de ese año, pasó por distintos emplazamientos hasta llegar a su ubicación actual. Se trata de una avenida muy poco barojiana, flamante y moderna. La foto está hecha durante el invierno de 2022, casualidades de la vida, el mismo año en que se cumplían 50 años más del nacimiento de don Pío. Un año, por cierto, que se recordará porque el pleno del ayuntamiento de su ciudad natal le negó la Medalla de Oro de la ciudad, al parecer por una razón de peso: no consideraban esta Medalla la mejor opción para resaltar su aporte a la cultura, para eso era mejor leer su obra. No sé qué pensaría don Pío. Evidentemente entre una medalla y que lo lean a uno, supongo que, como cualquier escritor, optaría por lo segundo; pero, claro, seguramente algo diría de quienes plantearon tal original disyuntiva. De las muchas novelas que leí en mi adolescencia recuerdo de manera especial aquella en la que acompañé a Martín Zalacaín en sus innumerables correrías y peripecias. Un viaje lleno de aventuras y acción a través del cual supe, por primera vez, de los paisajes, las gentes y costumbres vascas, y lo hice de una manera que todavía hoy, cuando vuelvo por esta hermosa tierra, me gusta recordar.
(Fotografía de Pedro Hilario Silva)
15. Europa. Valle-Inclán pasea en Recoletos. Madrid. España
Juanito Ventolera —Estoy aquí para recoger el bombín y el bastón del difunto. ¡Me los ha legado! ¿Reconoce usted el terno? ¡Me lo ha legado! ¡Un barbián el patrón! ¡Se antojó disfrazarse con mi rayadillo, para darle una broma a San Pedro! Repare usted el terno que yo visto. Hemos changado y vengo por el bombín y el bastón de borlas. Va usted a dármelos. Se los pido en nombre del llorado cadáver. Levante usted la cabeza. Descúbrase los ojos. Irrádieme usted una mirada. -Ramón del Valle-Inclán. Martes de carnaval: Las galas del difunto (1926)-
Hoy, lunes de Carnaval, he vuelto a pasear por el madrileño Paseo de Recoletos (el nombre le viene, como sabemos, de un antiguo convento de agustinos recoletos levantado en la zona a principios del siglo XVII) y como tantas otras veces me he parado a mirar la estatua «cinética» de don Ramón del Valle-Inclán que se inauguraró un 6 de julio, allá por 1973, frente a la Biblioteca Nacional y de espaldas al Café Gijón. La instantánea, del fotógrafo Alfonso Sánchez García, uno de los principales artífices de la memoria visual española de la primera mitad del siglo XX, en la que se basó el escultor Francisco Toledo para realizar la talla en bronce, mostraba al autor de esa obra cumbre del teatro español que es la trilogía Martes de carnaval en uno de sus habituales paseos, en los que, por aquel entonces (1930), deambulaba rodeado de árboles, bancos y setos, mientras se encaminaba hacia la Plaza de Colón con las manos posadas sobre los glúteos y sujeto el sombrero con su brazo derecho, el único funcional después de que, como se sabe, perdiera el otro brazo tras el bastonazo que le propinara, tras una acalorada discusión (ocurrida el 24 de julio de 1899, en el Café Nuevo de la Montaña, ubicado en la planta baja del Hotel París, sito en el número 2 de la puerta del Sol), el periodista Manuel Bueno Bengoechea.
Amaba don Ramón, uno de nuestros más destacados autores de la Generación del 98, su paseos madrileños, del mismo modo a como disfrutaba recorriendo las más prestigiosas tertulias del Madrid de la época. El Café Gijón, el Café del Gato Negro, o El Suizo, entre otros, fueron lugares por lo que nuestro autor paseó su larga barba y su falta de paciencia.
Se dice que el presidente del Círculo de Bellas Artes, por aquel entonces Joaquín Calvo Sotelo, tras efectuar el descubrimiento de la estatua, dijo: “El Círculo de Bellas Artes se honra devolviendo a Madrid uno de los más ilustres peatones de cuantos han circulado por sus calles en lo que va de siglo”. Ahí lo dejo.
(Fotografía de Teresa Caito Delgado)
16. Europa. La Glorieta de Edmundo en la Alameda. Cádiz. España
«Si canto soy un cantueso / Si leo soy un león / Si emano soy una mano / Si amo soy un amasijo / Si lucho soy un serrucho / Si como soy como soy / Si río soy un río de risa / Si duermo enfermo de dormir / Si fumo me fumo hasta el humo / Si hablo me escucha el diablo / Si miento invento una verdad / Si me hundo me Carlos Edmundo». – Carlos Edmundo de Ory-
Frente a la casa natal del poeta, se encuentra la Glorieta de Carlos Edmundo de Ory, en el centro de la gaditana Alameda Apodaca, denominada así en 1856, en honor del almirante gaditano Juan José Ruiz de Apodaca, y renombrada en 2021 como Alameda Clara Campoamor. Se dice que fue un lugar frecuentado por el escritor en su infancia, y que, por ello, los gaditanos decidieron ubicarla allí, como homenaje y recuerdo. La glorieta acoge un monumento realizado por Luis Quintero que está compuesto por dos partes: una es un pedestal situado en el centro de la glorieta y la otra una escultura cinética de cuerpo íntegro del escritor que se ha colocado en uno de los laterales. Casi podría decirse que ambos mantienen un cierto diálogo. Carlos Edmundo de Ory fue poeta, narrador, ensayista y traductor español y, junto a Eduardo Chicharro Briones, el principal impulsor del movimiento vinculado a las vanguardias literarias que se dio por llamar Postismo, nombre creado a partir de la contracción de post(surreal)ismo, como puede leerse en el segundo manifiesto, de los cuatro que redactaron los postistas entre1945-1950.
Quizás ese paseo ajardinado, que limita al sur con el centro histórico de la ciudad y que conserva su imagen burguesa de Jardín Botánico de estilo romántico del siglo XIX, declarado por la Junta de Andalucía como Bien de Interés Cultural, no se acompase bien con la vocación marginal, anticanónica y contrafactual del movimiento promovido por el autor de los conocidos Fonemoramas; con ese talante estrambótico, festivo y burlón de un movimiento artístico rompedor al que sus principales promotores no dudaron en denominar como » locura inventada» o «culto del disparate». Sin embargo, descubrir, mientras tu mirada se pierde en el Atlántico, la estatua cimbreante del poeta que parece esquivar la incomprensión literaria y la cerrazón ideológica (el Postismo dio a luz dos revistas: Postismo y La Cerbatana, ambas con un único número publicado en 1945 y suspendidas por orden gubernativa en ese mismo año) que siempre acompañaron al movimiento y provocaron su pronto declive y desaparición, resulta un destello de libertad epatante que recupera el espíritu «a contracorriente» de aquella poesía anómala que, como acertó a decir Jimena Cid, se levantó contra la tediosa circunstancia poética de los años cuarenta y estuvo sola frente a casi todo
(Fotografía de Pedro Hilario Silva)
17. Europa. Delante del Teatro Español en la Plaza de Santa Ana. Madrid. España
«Desde su primera representación el 21 de septiembre de 1583, cuando aún no estaban hechas “ni gradas, ni ventanas, ni corredor”, como relató el cronista de la época Casiano Pellicer, por el escenario del Teatro Español han desfilado infinidad de artistas de las más diferentes disciplinas y ha sido regido por diversas personalidades del mundo escénico, como Isidoro Máiquez, Julián Romea, Rafael Calvo, Benito Pérez Galdós, Jacinto Benavente, Cayetano Luca de Tena, María Guerrero o Margarita Xirgu, entre otros». -https://www.teatroespanol.es/historia-
En la calle Príncipe, justo en su paso por la Plaza de Santa Ana, se encuentra uno de los principales teatros de la ciudad de Madrid, el Teatro Español. Situado muy cerca del centro neurálgico de la capital: La Puerta del Sol. Nuestro teatro, llamado Teatro del Príncipe hasta 1849, fue en sus orígenes un corral medieval donde se realizaban pequeños espectáculos. Como nos informa Diego Salvador Conejo, el que hoy tengamos este teatro se lo debemos a Felipe II, cuya imagen aparece en la placa de la calle del Príncipe, quien autorizó el establecimiento permanente en Madrid de la Cofradía de la Sagrada Pasión, que poseería el derecho y disfrute de un espacio para la representación de comedias. La Cofradía adquirió el espacio en el que actualmente se sitúa el teatro, en 1582 y el 21 de septiembre del año siguiente quedaba inaugurado, explotado comercialmente por la Hermandad, y en el que estrenaron sus obras los mejores autores del siglo de Oro.
Como sigue diciéndonos nuestro cronista, el siglo XVIII supuso su consagración definitiva, hasta tal punto de que contaba con su propio grupo de seguidores, los «Chorizos», en pugna constante con los «Polacos», que preferían los escenarios del rival Teatro de la Cruz.
Allí se estrenaron Electra de Galdós en 1901 y Yerma de Lorca en 1934, y en el día de hoy se programa Don Ramón María del Valle-Inclán (A través de Ramón Gómez de la Serna), de Xavier Albertí.
(Fotografía de asociados de APE Quevedo)
18. Europa. RAMÓN, con mayúsculas, Gómez de la Serna. Madrid. España
«Pombo es una cripta venerable y llena de recogimiento, la cripta profana y civil, así como la cripta de la Almudena es la cripta religiosa… Así en Pombo vemos todo lo anacrónico en su digna, vaga y confusa zarabanda, de modo que crisparía a cualquier erudito…» Ramón Gómez de la Serna.
En el número 7 de la calle Guillermo Rolland de Madrid, antigua calle de las Rejas, nació el gran RAMÓN, único aún entre los grandes creadores de la Edad de Plata con su nombre, como Valle-Inclán o Menéndez Pidal o, ya que estamos, Cajal. En su Sagrada cripta de Pombo de 1924 incluye una primera parte de su autobiografía donde escribe:
Yo estoy contento con llamarme Ramón, y hasta lo escribo con letras mayúsculas y muchas veces estoy por dejarme olvidados encima de un banco de la calle mis apellidos, y quedarme ya para siempre sólo con ese Ramón sencillote, bonachón, orgulloso de su simplicidad.
Yo nací para llamarme Ramón, y hasta podría decir que tengo la cara redonda y carillena de Ramón, digna de esa gran O sobre la que carga el nombre, y que es exaltada por todo él y por su acento, que nunca olvido al escribirlo, que sólo la imprenta me escamotea porque las mayúsculas no suelen estar acentuadas.
Voluntariosos ramonistas crearon una réplica de la botillería café Pombo, sede de la tertulia de los sábados que instituyó y presidió nuestro autor en la calle Carretas entre 1914 y 1936, pero la hemos encontrado cerrada.
(Fotografía de Javier Fernández Delgado)
19. Europa. Biblioteca Salaborsa y Piazza couperta Umberto Eco. Bolonia. Italia
El viajero que llega a Bolonia enseguida quiere ir a conocer al Nettuno, que señala el lugar más emblemático de la ciudad con más pórticos del mundo ─unos cuarenta kilómetros de ellos, nada menos─, declarados Patrimonio de la Humanidad: los pórticos protegen del calor, de la lluvia, invitan al paseo y la charla, a la discusión científica. A pocos metros de la fuente del Gigante, un palazzo contiene la piazza coperta Umberto Eco, quien fue profesor de Semiótica en la Universidad de Bolonia, cuyo lema Alma Mater Studiorum proclama que es la más antigua de Europa. Allí mismo, ocupando tres plantas y rodeando el patio, se puede visitar la Biblioteca pública Salaborsa, promovida por la Comuna.
(Fotografías de Javier Fernández Delgado)
Cruzando la plaza, en San Petronio, el viajero queda admirado ante un péndulo de Foucault, incansable en su ejercicio de demostrar la rotación de la Tierra.
«Fue entonces cuando vi el Péndulo.
La esfera, móvil en el extremo de un largo hilo sujeto de la bóveda del coro, describía sus amplias oscilaciones con isócrona majestad».
Umberto Eco, El péndulo de Foucault, 1988
296. Umberto Eco (1932-2016): fragmento «Fue entonces cuando vi el Péndulo», del capítulo 1. Keter, de la novela El péndulo de Foucault (1988), leído en una terraza de Bolonia por Javier Fernández Delgado (24 abril 2023). Más en Fototeca literaria.
20. Europa. Casa de Moratín en Pastrana. Guadalajara. España
«Sale DON DIEGO de su cuarto, SIMÓN, que está sentado en una silla, se levanta/SIMÓN.- No, señor./DON DIEGO.- Despacio lo han tomado, por cierto./SIMÓN.- Como su tía la quiere tanto, según parece, y no la ha visto desde que la llevaron a Guadalajara…/DON DIEGO.- Sí. Yo no digo que no la viese; pero con media hora de visita y cuatro lágrimas estaba concluido./SIMÓN.- Ello también ha sido extraña determinación la de estarse usted dos días enteros sin salir de la posada. Cansa el leer, cansa el dormir… Y, sobre todo, cansa la mugre del cuarto, las sillas desvencijadas, las estampas del hijo pródigo, el ruido de campanillas y cascabeles, y la conversación ronca de carromateros y patanes, que no permiten un instante de quietud». -(Leandro Fernández de Moratín)
En la calle que lleva su nombre, encontramos la casa que Leandro Fernández de Moratín tenía en Pastrana, villa alcarreña famosa por otra ilustre vecina: la princesa de Éboli. Al parecer nuestro autor pasó en ella largas temporadas desde que, tras comprar un viejo inmueble y el terreno aledaño, en 1800 se hiciera construir, bajo la dirección del arquitecto Silvestre Pérez, buen amigo suyo, la casa que aún hoy podemos ver; por fuera, eso sí, que no es visitable.
Como se comenta en la guías turísticas del lugar, el afamado literato conocía Pastrana gracias a su abuela paterna que era pastranera. Además, al parecer, dado que su padre, el también dramaturgo Nicolás Fernández de Moratín, pasaba largas temporadas en la villa, es muy posible que Leandro la visitara desde la infancia, lo que, sin duda, influiría en la elección del escritor madrileño a la hora de elegirla como lugar de descanso y retiro vacacional.
En esta casa escribió La mojigata, y, casi con toda seguridad, fue la posada de Alcalá de Henares ─parada obligada en el viaje a Pastrana desde Madrid─ la que le sirvió de inspiración para ubicar la salita en la que se desarrolla su obra teatral más conocida: El sí de las niñas. Pero también, entre 1800 y 1808, la casa se convirtió en lugar de reunión y asueto para el grupo de amigos que, junto a él, tomaría parte activa en el gobierno de José I (Esther Alegre Carvajal, que escribe un interesante artículo sobre la relación del escritor y Pastrana, presta una especial atención a las visitas de este círculo de ilustrados a la casa). El estallido de la guerra de la Independencia española (1808-1812) allí le sorprendió y, tras la derrota de los franceses, desde allí inició un periplo que le llevaría a Valencia, a Barcelona y, por último, al exilio en Francia: primero Burdeos, donde se encontró con Goya, y finalmente Paris, donde murió. La casa continuó su historia y pasó, primero, a la Inclusa o Casa de Expósitos de Madrid, y después, con la desamortización de Mendizábal, al Estado, quien la subastó en 1859. Al final, llegó a manos de las Hermanas Carmelitas de la Caridad para establecer un colegio de niñas.
Puedes escuchar en el siguiente audio la descripción hecha por Mesonero Romanos ─quien intentó quedarse con ella en 1859─ de la casa de Moratín en «Un viaje a Pastrana», escrito recogido en El Museo Universal (1 de abril de 1859) :
(Fotografía y voz de Pedro Hilario Silva)
21. Europa. Casa-Museo de Vicente Blasco Ibáñez. Valencia. España
«Desperezóse la inmensa vega bajo el resplandor azulado del amanecer, ancha faja de luz que asomaba por la parte del Mediterráneo. Los últimos ruiseñores, cansados de animar con sus trinos aquella noche de otoño, que, por lo tibio de su ambiente, parecía de primavera, lanzaban el gorjeo final como si los hiriese la luz del alba con sus reflejos de acero. De las techumbres de paja de las barracas salían las bandadas de gorriones como un tropel de pilluelos perseguidos, y las copas de los arboles empezaban a estremecerse bajo los primeros jugueteos de estos granujas del espacio, que todo lo alborotaban con el roce de sus blusas de plumas. Apagábanse lentamente los rumores que habían poblado la noche: el borboteo de las acequias, el murmullo de los cañaverales, los ladridos de los mastines vigilantes. Despertaba la huerta, y sus bostezos eran cada vez más ruidosos».(Blasco Ibáñez)
En Valencia, en uno de los extremos de la Playa de la Malvarrosa, exactamente en el número 159 de la calle Isabel de Villena, encontramos la reedificación de la que fuera vivienda del escritor Blasco Ibáñez. Realmente se trata de un edificio nuevo, pues, al intentar restaurarla, de la casa que habitó el autor de La barraca quedaban, tras la incautación del mismo tras la guerra civil y los usos varios a que fue destinado tras ello, cuatro cochambrosos muros. Una situación ruinosa que, como señalaba Javier Pérez Rojas, autor del Catálogo de monumentos y conjuntos de la Comunidad Valenciana, no era otra cosa que muestra de la desidia y degradación del patrimonio arquitectónico y urbanístico valenciano allá por los años ochenta, momento en el que se empezó a plantear la declaración como monumento histórico artístico del inmueble. Arquitectónicamente, el Chalet de Vicente Blasco Ibáñez, como es conocido en la ciudad, es un popurrí de estilos arquitectónico: neogriego y pompeyano (propio de finales del siglo XIX) y modernismo valenciano, que, para que vamos a engañarnos, hoy en día no deja indiferente a nadie.
Quien visite la casa podrá encontrar en su primera planta una parte del legado de Vicente Blasco Ibáñez: mobiliario y recuerdos familiares y la última una sala de estudio e investigación: libros, documentos, manuscritos y mapas, así como la obra completa de nuestro autor, en diferentes ediciones y en todos los idiomas en que se ha publicado.
Por otro lado, aunque no se olvida la intensa relación del novelista con el cine (en Estados Unidos llegó a ser toda una celebridad a partir de que Hollywood llevara a la pantalla “Sangre y arena”, “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” y otras cuatro de sus novelas), llama sobre todo la atención la parte del legado dedicada a sus viajes por el mundo. Como recuerda la Sociedad Geográfica Española, Blasco Ibáñez fue, además de escritor de éxito, viajero, aventurero y hombre inquieto, que ya había viajado intensamente antes de emprender una “vuelta al mundo” que le llevaría durante medio año desde Nueva York a Niza pasando por Hawai, Japón, Corea, China, Filipinas, Indonesia, Birmania, India, Sudán y Egipto. Sin duda, los comentarios y escritos surgidos de ese viaje y recogidos en La vuelta al mundo de un novelista, merecen un sitio aparte en la dilatada obra del autor. Para muestra un botón.
(Fotografía de Miren Álvarez Chillida)
22. Europa. Homenaje a Cunqueiro. Lugo. España
«Guerreiro de Noste iba por el monte, cruzando la sierra que llaman Arneiro, cuando se encontró con un hombre que llevaba un paraguas enorme, más alto que él, la tela de color ceniza. Guerreiro le dio los buenos días, y se admiró del tamaño del paraguas, que nunca otro viera». (Álvaro Cunquiero)
Paseando por la calle Bispo Aguirre, situada en la parte antigua de Lugo, uno se topa, además de con bancos, bares, droguerías y esos otros elementos propios de un escenario urbano que se precie, con una de las nueve placas con las que al Ayuntamiento lucense ha tenido a bien homenajear a distintos representantes de la cultura gallega, nos referimos, como puede verse en la imagen, a la dedicada a Álvaro Cunqueiro.
Los soportes de granito y las placas engastadas han sido sometidas hace unos años a labores de limpieza y restauración, que ya se sabe que que la cultura, si no se cuida, se deteriora y degenera con rapidez, y ahora lucen esplendorosas. Los placas a Manuel María, Afonso Daniel Rodríguez Castelao, Rosalía de Castro, Ramón María de Valle-Inclán, Eduardo Pondal, Ramón Otero Pedrayo, Uxio Novoneyra y Manuel Curros Enrriquez junto a la del escritor mindoniense se reparten entre la praza Maior y en la citada calle Bispo Aguirre, y, consiguen, según Maite Ferreiro, edil de cultura de la villa, no solo rendir ese merecido homenaje a tanta figura sobresaliente e incidir, de paso, en la reafirmación identitaria de los paisanos; sino también una mejora considerable de la estética de la zona más céntrica de la ciudad. A ver, que una cosa no quita la otra.
Cunqueiro, el encantador de palabras, como lo han llegado a llamar, escribió tanto en gallego como en castellano. Poeta, novelista, dramaturgo, periodista además de un consagrado gourmet; don Álvaro ingresó en la Real Academia Gallega con su discurso Tesouros novos e vellos, todo un clásico de la literatura gallega contemporánea. Maestro de la narrativa fantástica y valorado como uno de los mejores autores bilingües (gallego-español/español-gallego) del siglo XX, este maravilloso fabulador, que teñía de magia y cultura sus crónicas, necesitó que voces, como la de Gabriel García Márquez, quien llegó a decir de él que mereció recibir el Premio Nobel de Literatura más que él mismo, vinieran a rescatarlo de cierto olvido intencionado, como lo definía Joan Perucho. Sin duda, una placa merecida la de este Tolkien español, de quien decía Jesús Blázquez: «llevaba siempre consigo una libreta para tomar nota de romances artúricos y carolingios».
Puedes escuchar en el siguiente audio el poema «Al otro lado de las montañas».
(Fotografía y voz de Azucena Pérez Tolón)
23. Europa. Cervantes y el Hospital de la Resurrección. Valladolid. España
«NOVELA Y COLOQUIO QUE PASÓ ENTRE CIPIÓN Y BERGANZA, PERROS DEL HOSPITAL DE LA RESURECCIÓN, QUE ESTÁ EN LA CIUDAD DE VALLADOLID, FUERA DE LA PUERTA DEL CAMPO, A QUIEN COMÚNMENTE LLAMAN «LOS PERROS DE MAHUDES»
CIPIÓN.- Berganza amigo, dejemos esta noche el Hospital en guarda de la confianza y retirémonos a esta soledad y entre estas esteras, donde podremos gozar sin ser sentidos desta no vista merced que el cielo en un mismo punto a los dos nos ha hecho.
BERGANZA.- Cipión hermano, óyote hablar y sé que te hablo, y no puedo creerlo, por parecerme que el hablar nosotros pasa de los términos de naturaleza.»
Cervantes vivió en Valladolid ─donde a la sazón estaba la Corte Real─ entre 1604 y 1606, con sus hermanas Andrea y Magdalena, su hija Isabel, su sobrina Constanza y la criada María de Ceballos. Vivían en el cuarto principal de una vivienda ubicada en el Rastro nuevo de los Carneros, extramuros de la ciudad y muy próxima al cauce del río Esgueva. Muy cerca de su casa estaba el Hospital de la Resurrección ─del que nada queda─, donde ambienta El casamiento engañoso y el extraordinario El coloquio de los perros, incluidos en las Novelas ejemplares de 1613. Allí vivía cuando se publicó el Quijote a principios de 1605. Es muy posible que el Prólogo, lo último que escribió de la obra ─y que tanto esfuerzo le costó─, lo pariera en Valladolid. Véase también Recitario 191 y Recitario 311.
(Fotografía Javier Fernández Delgado. Ubicación)
El hospital fue fundado en 1553, y, además de ocupar, en la Plaza de Zorrilla, el inmueble que hoy se denomina Casa Mantilla, se extendía por la calle del Rastro (hoy Miguel Íscar) hasta la esquina de la entonces llamada calle del Candil (hoy Marina Escobar).
BERGANZA.- «Con una compañía llegué a esta ciudad de Valladolid, (…) Digo, pues, que, viéndote una noche llevar la linterna con el buen cristiano Mahudes, te consideré contento y justa y santamente ocupado; y lleno de buena envidia quise seguir tus pasos, y con esta loable intención me puse delante de Mahudes, que luego me eligió para tu compañero y me trujo a este hospital. Lo que en él me ha sucedido no es tan poco que no haya menester espacio para contallo, especialmente lo que oí a cuatro enfermos que la suerte y la necesidad trujo a este hospital, y a estar todos cuatro juntos en cuatro camas apareadas.»
24. América. El museo donde veraneaban Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. Buenos Aires. Argentina
«El aparato, muy parecido al actual, estará dirigido a los pensamientos y sensaciones del emisor; a cualquier distancia de Faustine, podremos tener sus pensamientos y sensaciones, visuales, auditivas, táctiles, olfativas, gustativas. Y algún día habrá un aparato más completo. Lo pensado y lo sentido en la vida -o en los ratos de exposición- será como un alfabeto, con el cual la imagen seguirá comprendiendo todo (como nosotros, con las letras de un alfabeto podemos entender y componer todas las palabras) ». -Adolfo Bioy Casares, La invención de Morel–
Nada como merendar con vista al jardín en esta fastuosa mansión del siglo XX llena de cultura y literatura, que consta de tres plantas, de alrededor de 450 metros cuadrados cada una, más un sótano y una inmensa galería donde, en la actualidad, podemos tomarnos esa apetecible merienda. Una experiencia única si tenemos en cuenta a aquellos ilustres visitantes que, como nosotras, disfrutaron de café y bollos, mirando algunos de los más de 10.000 metros cuadrados de terreno que rodean la vivienda. Roger Caillois, Waldo Frank, Albert Camus, Aldous Huxley, Pablo Neruda, Octavio Paz, Gabriela Mistral, Graham Greene, Alfonso Reyes, José Ortega y Gasset, Le Corbusier y Borges, ahí es nada, acudieron, entre otros muchos, a la llamada de sus moradores, los escritores bonaerenses Silvina Ocampo y su esposo Adolfo Bioy Casares.
Hoy en día la mansión, que en 1940, Victoria, la mayor de las seis hermanas Ocampo, convirtiera en su residencia permanente, es una casa museo, visitable. Ubicada en Beccar, partido de San Isidro, uno de los 135 partidos que componen la provincia argentina de Buenos Aires, la villa permanece abierta varios días a la semana, permite visitas guiadas y cuenta con una cafetería donde se puede almorzar o tomar el té, por un módico precio. Además, se realizan en ella actividades culturales, conciertos y eventos de variada índole.
Construida en 1891 por el ingeniero Manuel Ocampo, padre de Victoria, la villa, como tantos otros lugares emblemáticos de la cultura occidental, paso por un periodo de decadencia hasta que en 2003, cuando la casa había cumplido poco más de un siglo de existencia, la UNESCO, cual séptimo de caballería, llegó a su rescate e inició un proceso de restauración que duraría diez años y devolvería a la Villa Ocampo todo el esplendor que merecía de acuerdo con su innegable valor patrimonial y cultural. Tras ello, la mansión se convirtió, además de en museo, en un Observatorio de esta organización de la ONU, y acogió el encargo de establecerse como un espacio de memoria y estímulo a la creatividad, la diversidad y la preservación del patrimonio material e inmaterial de la humanidad.
No puede dejar de visitarse la biblioteca personal de Silvina, integrada por más de once mil volúmenes, porque entre ellos podemos encontrar los seminarios de Lacan dedicados de puño y letra, las obras completas de W.H. Hudson, la edición original del Manifiesto Surrealista de André Bretón y otras joyas bibliográficas de este porte. Y quién sabe si también encontraremos paseando por ella a Borges junto a Bioy Casares cual “presencias invisibles, pero comunicables” o, mejor aún, como presencias generadas por la increíble máquina que imaginara Casares en su sorprendente La Invención de Morel.
fragmento de El Sueño de los héroes, de Adolfo Bioy Casares, publicado en 1954, leído por Silvia Agosto.
Fragmento de la Carta a Waldo Frank, de Victoria Ocampo, publicado en la Revista Sur, en el verano de 1931, en Buenos Aires, leído por Silvia Agosto.
(Fotografías de Silvia Agosto Riera)
25. Europa. Calderón mira al Español en el Barrio de las Letras. Madrid. España
«Mortales que aún no vivís/ y ya os llamo yo mortales,/ pues en mi concepto iguales/ antes de ser asistís;/ aunque mis voces no oís,/ venid a aquestos vergeles,/ que ceñido de laureles,/ cedros y palma os espero,/ porque yo entre todos quiero/ repartir estos papeles». El Gran Teatro del Mundo, de Calderón de la Barca
En pleno madrileño Barrio de las Letras, como no podía ser de otro modo, se encuentra la estatua -monumento, más bien- del dramaturgo Calderón de la Barca, nacido en Madrid, allá por el 1600. Se halla situada en la parte alta de la Plaza de Santa Ana, la antigua Plaza del Príncipe Alfonso, justo en frente del famoso Hotel Reina Victoria, conocido también como Hotel de los Toreros, pues estos tenían la costumbre durante la feria de San Isidro de vestirse en sus dependencias antes de acudir a la «faena».
Realizada en mármol blanco por el escultor Juan Figueras y Vila, la estatua de Calderón, que viste con el hábito de la Orden de Santiago, mira hacia el Teatro Español con actitud meditativa y un libro entre su mano y rodilla izquierdas. Del monumento puede decirse que es todo un homenaje al arte de Talía, pues además de representar a uno de sus mayores creadores, sus lados están adornados con figuras de niños que representan los distintos géneros literarios. Si nos detenemos unos momentos y nos fijamos en el pedestal que sustenta el conjunto veremos, además, unos relieves de bronce alusivos a algunas de sus obras teatrales
No muy lejos de aquí, en el número 61 de la Calle Mayor, existe una placa con la inscripción: «Aquí vivió y murió D. Pedro Calderón de la Barca» que nos recuerda que ahí estaba la casa que perteneció al poeta y dramaturgo madrileño. El edificio, por cierto, es, como se indica en alguna de las guías de la ciudad, uno de los más estrechos de la Villa y Corte.
Al parecer el autor de El gran teatro del mundo o La vida es sueño, que respondida al nombre de Pedro Calderón de la Barca y Barreda González de Henao Ruiz de Blasco y Riaño, fue un escritor precoz que ya con13 años escribió su primera obra teatral. Aunque era tipo familiar, muy unido a sus hermano, este sacerdote católico no le hacia ascos a un buen pleito (que se lo digan a Lope de Vega , otro de los grandes, con el que mantuvo una de las disputas literarias más apasionante del momento). Hay quien dice que el Siglo de Oro termina con su muerte. Puede que sí, puede que no; pero lo cierto es que con este gato se fue uno de nuestros escritores más universales.
(Fotografía de Enrique Ortiz y Pedro Hilario Silva)
26. Europa. Muñoz Seca en su plaza coquinera. El Puerto de Santa María. España
«MAGDALENA.– ¿Y te habló don Pero?… NUÑO.– Y don Pero hablóme/ y afable y rendido tu mano pidióme,/ y yo que era suya al fin contestelle;/ y él agradecido besóme, abrazóme,/ y al ver el agrado con que yo mirelle/ en la mano diestra cuatro besos dióme;/ y luego me dijo con voz embargada:/ Dígale, don Nuño, que presto mi espada/ rendiré ante ella, que presto iré a vella,/ que presto la boda será celebrada/para que termine presto mi querella…(Levantándose.)/ Conque, Magdalena, tu suerte está echada,/mi palabra dada y mi honor en ella; /serás muy en breve duquesa y privada;/ no puedes quejarte de tu buena estrella./ MAGDALENA.– Gracias, padre, gracias.» -La venganza de don Mendo-
En uno de los laterales de la Plaza de Isaac Peral, en El Puerto de Santa María, me encuentro a la sombra de la estatua de bronce del autor de La venganza de don Mendo, «el pastiche medieval más famoso de nuestra literatura dramática», como dirá Luis Alberto de Cuenca. Sí, porque ante todo, Pedro Muñoz Seca es el autor de esa pieza, una de las obras más populares del teatro español. Aunque escribió a lo largo de su vida más de trescientas obras y gozó de un considerable éxito de público, hoy se le recuerda por la hilarante pieza cómica y satírica escrita en verso en la que, a través de las aventuras y desventuras del pobre noble enamorado don Mendo, critica y parodia, no solo las convenciones del drama romántico, sino también la estirada sociedad aristocrática de la época. No es la primera, ni será la última vez en que una obra tiene tanto éxito que acaba eclipsando, no solo al resto de las obras del autor, sino al propio autor. Algo así pasó con el Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand o con el Sherlock Holmes, de Conan Doyle; por citar dos de los casos más conocidos.
La plaza que, en tiempos, fue el centro de la ciudad, hoy no pasa, como el resto de la villa, por su mejor momento; pero eso sí, ahí sigue don Pedro, en uno de sus lados ─¿cómo iba a estar en el centro?─, tan pancho, tan jacarandoso, tan burlón; con esa capa española que tanto le gustaba llevar, mirando con sonrisa pícara la vida pasar. Y eso que se lo ponen difícil, porque la construcción de un aparcamiento subterráneo en la plaza ha dejado el conjunto en un más que mejorable estado de conservación.
Es la de Isaac Peral una plaza pequeña a la que se llega una vez dejado el coche, caminando por la la Ribera del Marisco -mejor acceso, imposible; seguro que pensaba el escritor-. En ella, el monumento se encuentra situado a escasos metros de la entrada principal del edificio del ayuntamiento. El conjunto monumental se compone de la estatua erguida en bronce del famoso autor y de una especie de porche con celosías decorado con azulejos sevillanos y diversas inscripciones entre las que, como nos recuerda Asociación de Defensa del Patrimonio Histórico de El Puerto de Santa María, figuran los títulos de varias de sus obras más conocidas, así como varios paneles verticales cuyos deliciosos dibujos, realizados por el pintor ceramista Francisco Morilla Serrano, representan a personajes protagonistas y escenas de algunas de sus piezas teatrales más reconocidas. El 27 de marzo, día mundial del teatro, se coloca, como nos recuerdan las guías locales, en la cabeza de la estatua del ilustre portuense, como homenaje, un gorro de don Mendo.
El autor portuense, lo tenía claro, escribía para divertir, para hacer reír al público. Y eso lo consiguió con creces. Estrenada, con gran éxito, en el Teatro de la Comedia, de Madrid, la noche del 20 de diciembre de 1918 La Venganza de don Mendo es, sin duda, la pieza clave de lo que su autor denominó astracanada o astracán (de Astracán, ciudad rusa cercana a la desembocadura del río Volga; él era así), subgénero teatral en el que, teatralizando humorísticamente la realidad, se buscaba fundamentalmente lograr la carcajada del respetable, incluso a costa de la verosimilitud argumental.
Una guerra, nuestra Guerra Civil, que como todas las guerras solo trajo desgracias y pesares, acabó no solo con su vida de forma absurda -su único delito fue su adscribirse a una ideológica conservadora y monárquica-, sino que nos impidió, como pasó con otros escritores, seguir disfrutando de su ingenio, su inigualable sentido del humor, su talento versificador, su extraordinaria capacidad de comunicación con el público y su gracia inimitable.
(Fotografía de Azucena y Miren Álvarez Chillida)
27. Europa. Ana Ozores nos habla de «Clarín» frente a la catedral de Vetusta. Oviedo. España
«Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica. La torre de la catedral, poema romántico de piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne, era obra del siglo diez y seis, aunque antes comenzada, de estilo gótico, pero, cabe decir, moderado por un instinto de prudencia y armonía que modificaba las vulgares exageraciones de esta arquitectura». (La Regenta. Leopoldo Alas «Clarín»)
Hay ciudades que, además de ser lugares especialmente agradables en verano, se han convertido, gracias a ser escenario de alguna celebre obra, en referentes literarios. Oviedo es una de ellas. En una de sus plazas, la de Alfonso II, el Casto (frente a la Catedral), se alza la estatua, de un tamaño ligeramente superior al natural, de una dama de finales del siglo XIX que representa a Ana Ozores, uno de los personajes de la que está considerada como una de las novelas más sobresaliente de la literatura española de todos los tiempos: La Regenta. La escultura erguida, realizada en bronce en 1997, es obra de Mauro Álvarez Fernández, como se indica en la placa directamente anclada sobre el pavimento.
La estatua es un homenaje tanto al personaje como a la obra de Leopoldo Alas «Clarín», su creador. De «Justicia poética», o de algo menos sutil, si fuera nuestro escritor quien hiciera el comentario, podría calificarse verla alzarse en medio de la plaza; pues, como señala Ricardo Labra, autor de la obra «El caso Alas «Clarín». La memoria y el canon literario«, la recepción de La Regenta en la ciudad de Oviedo fue nefasta y terrible, y tanto la obra como su autor, su familia y su memoria sufrieron un bochornoso borrado que no fue superado hasta finales del siglo XX. ¡Ay, las ideologías mal entendidas!
Leopoldo Enrique García-Alas y Ureña, nació en Zamora en 1852, tras ser nombrado su padre gobernador de la ciudad, y aunque es cierto que se sintió siempre más asturiano que zamorano («me nacieron en Zamora», llegó a decir), no lo es menos que conservó un cariño especial por esas tierras leonesas que lo vieron nacer.
La Regenta fue su primera novela y se publicó entre 1854 y 1885, siguiendo la moda de la época, en diferentes entregas. El éxito la acompañó desde el primer momento, incluso a pesar del silencio o la reacción negativa de buena parte de la crítica periodística contemporánea. Algo que no pareció quitarle el sueño a nuestro autor, quien siempre tuvo muy claro lo que acaba de escribir, hasta el punto de que llegó a confesar en una carta a un amigo la propia emoción que sentía por haber acabado » a los treinta y tres años una obra de arte «.
Por cierto, como sucede con el Dublín del Ulises o el Paris de Los miserables, por citar dos de las numerosas ciudades que han acabado convertidas en atrayentes rutas literarias, en Oviedo/Vetusta se organizan visitas por los escenarios en los que se desarrollan algunas de las escenas de la famosa obra de Leopoldo Alas. Recorrer esas calles de la mano de un guía experto siempre es un modo diferente de volver a reencontrarnos con la novela que un día tanto nos hizo disfrutar.
(Fotografías de Pilar García Carcedo)
28. Europa. Torrente Ballester en el estuario del río Miñor. Pontevedra. España
Las inscripciones en piedra del monumento conmemorativo recogen, amén de los motivos escultóricos de su bastón, sus gafas de montura de pasta y un libro impreso abierto, el nombre del escritor, Gonzalo Torrente Ballester, y los títulos de algunas de sus obras ─Don Juan, La Sirena, Los Gozos y las Sombras, Ifigenia y Los Cuadernos de la Romana─ así como una recreación grabada incisa de su rúbrica. Obra que el escultor Manuel Quintas Vergara donó a paseantes de A Ramallosa-Nigrán-Pontevedra. Está ubicado frente al humedal de A Foz, en el estuario del río Miñor (no confundir con Miño) en un paraje sublime, que el subir y bajar de las mareas transforma en un instante. El escritor venía a Nigrán a descansar y charlar, ya que tenía aquí su residencia de verano, y seguramente a escribir.
Precisamente, en 1973 volvió de su estancia en Estados Unidos (donde escribió La saga/fuga de J. B.) y fue destinado al instituto de La Guía, en Vigo. En esa época inició la columna Cuadernos de La Romana en el diario Informaciones, convertida en libro en 1975, donde escribió:
«Por qué de ‘La Romana’ y otros porqués.
«Se llama así, “La Romana”, un lugar de La Ramallosa, Municipio de Nigrán, provincia de Pontevedra, en que ahora vivo. Dista de Vigo quince kilómetros y tres de la real villa de Bayona, que veo desde mi casa como una mancha blanca sobre el verde oscuro del monte, de día, y como una fila de luces rutilantes por la noche. Mi casa pertenece al género de los “chalés”, subgénero “pequeño burgués”, en lo cual va, además, implícito el tamaño. Está bien situada, le da el sol cuando lo hay y, por la parte trasera abre sus luces a un paisaje campesino de parras y maizales, con la montaña al fondo. Tengo delante una terraza y un conato de jardín, y detrás algo así como un patio, bastante grande, que me valdrá en su día para ampliar la casa, aunque me cueste sacrificar dos jóvenes cipreses, en cuya contemplación, a veces, me entretengo.
No sé de dónde viene ese nombre de La Romana, aunque lo creo muy antiguo; hasta hace poco lo atravesaba una calzada, hoy desaparecida por los cuidados de un urbanizador amante de las antigüedades; abajo, junto al cruce de caminos, sobre el río Miñor, hay una puente romana bien conservada, con su San Telmo y su cruz bien visibles (los cuales, naturalmente, son algo más modernos que la puente). Con un poco de imaginación y de buena voluntad puedo llamar “vicinos” a mis vecinos y “edil” al alcalde pedáneo. La lengua que se habla por aquí es una metamorfosis del latín, más o menos como la que se habla en Tierra de Campos, aunque con otro sistema vocálico; sobre todo, con otro sistema rítmico y musical.»
(Fotografía Javier Fernández Delgado. Ubicación)
29. Europa. Frente a la casa de los Jove-Llanos. Gijón. España
«La lucha de toros no ha sido jamás una diversión, ni cotidiana, ni muy frecuentada, ni de todos los pueblos de España, ni generalmente buscada y aplaudida. En muchas provincias no se conoció jamás; en otras se circunscribió a las capitales, y dondequiera que fueron celebrados lo fue solamente a largos periodos y concurriendo a verla el pueblo de las capitales y tal cual aldea circunvecina. Se puede, por tanto, calcular que de todo el pueblo de España, apenas la centésima parte habrá visto alguna vez este espectáculo. ¿Cómo, pues, se ha pretendido darle el título de diversión nacional?». – Informe sobre espectáculos, Jovellanos-
Si bien nuestro admirado Baltasar Melchor Gaspar María de Jovellanos (1744 -1811) fue repartidor de luces allí donde le dejaron, nada como detenernos unos momentos delante de su casa natal, situada en el gijonés barrio de Cimadevilla, para recuperarnos, siquiera levemente, a la sombra de un espléndido tejo, de un insoportable y sorprendente calor norteño; una incandescencia climática tal para estos lares que si nuestro escritor viviera hoy en día no dudaría en achacarla al cambio climático.
El edificio, que hoy alberga un museo, pertenecía a su familia desde su construcción a finales del siglo xv, aunque el aspecto actual surge de la reforma que el padre del escritor llevó a cabo en 1758. El edificio posee, anexa, una capilla (Los Remedios), en dónde el autor de, entre otros muchos, Discurso a la Real Sociedad de Amigos del País de Asturias, sobre los medios de promover la felicidad de aquel Principado está enterrado.
Según figura en su partida de bautismo, documento que, recopilado por Julio Somoza, podemos leer en la Biblioteca Virtual del Principado de Asturias, nuestro hombre fue bautizado de socorro -léase de emergencia-, porque no gozaba en aquellos sus primeros días de buena salud. Pero todo quedó en un susto, y uno de nuestros mejores pensadores pudo no solo formarse, como otros destacados estudiantes asturianos, en el seminario del obispo Romualdo Velarde Cienfuegos, institución privada de ideología reformadora, sino también llegar a ejercer variados y renombrados cargos públicos. Entre otros, el de académico en todas las reales academias que fueron surgiendo en aquellos tiempos: fue miembro de la Real Academia de la Historia (1779), de la Real Academia de San Fernando (1780) y de la Real Academia Española (1781), lo que no le impidió ser, además, miembro de número de la Sociedad Económica de Asturias, sección en el Principado de las famosas Sociedades de Económicas de Amigos del País.
Fue Jovellanos un creador polifacético que no dudó en abordar géneros literarios (como poesía y teatro), pero que, como buen ilustrado, dedicó la mayor parte de su tiempo y esfuerzo a redactar ensayos de economía, política, agricultura, filosofía y costumbres, siempre desde un espíritu crítico y reformador. Hombre activo y resuelto, tan pronto emprendía un viaje para, por ejemplo, conocer la situación de las minas de carbón y las perspectivas de su consumo, como se dedicaba a redactar un Informe sobre espectáculos.
Como buen hijo de sus tiempo, intentó aplicar sus ideas a una realidad necesitada de múltiples cambios y mejoras, y no dudó, en esta línea, dedicar a su tierra natal muchos de sus esfuerzo. Baste recordar como, debido a su iniciativa, se creó en 1794 el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía en Gijón, en el que intentó aplicar las ideas de la Ilustración en la enseñanza. Parece, pues, merecido, que la plaza que se extiende delante de su casa-museo se denomine «Plaza de Jovellanos». Aunque bien pensado, el odónimo bien podría deberse a su hermana menor la poetisa Josefa de Jovellanos, una de las más sobresalientes escritoras en bable.
(Fotografía de Gonzalo Álvarez Chillida. Ubicación)
30. Europa. Junto a Gracián en su pueblo. Belmonte de Gracián. España
«En lugar de tanto libro inútil (¡Dios se lo perdone al inventor de la imprenta!), ripio de tiendas y ocupación de legos, les entregaron algunos Sénecas, Plutarcos, Epictetos, y otros que supieron hermanar la utilidad con la dulzura». (El Criticón, II, Baltasar Gracián)
Experimentar 40 grados a la sombra para fotografiarse junto a la estatua de Baltasar Gracián Morales en Belmonte de Gracián puedo decir que es toda una experiencia. Es Belmonte de Gracián, antes conocido como Belmonte del río Perejiles y Belmonte de Calatayud, un pequeño municipio aragonés, situado a 12 km de Calatayud, en la provincia de Zaragoza, que recibe su nombre actual del que fuera su parroquiano más ilustre, ese maño universal, autor, entre otras, de una de las obras cumbres del Siglo de Oro y del llamado Conceptismo español: El Criticón, una extensa novela alegórica de carácter filosófico que conjuga de forma inigualable «la prosa didáctica y moral con la fabulación metafórica», y lo hace a través de un estilo que, como ya señalaba en la censura inicial el padre Antonio Liperí, clérigo regular, doctor en Teología y en ambos Derechos, mezcla lo útil y lo dulce «con tan culto y tan claro estilo, y con tan vario artificio y artificiosa y entretenida variedad de cosas, que el que empezare a leer el libro podrá ser que con dificultad le suelte de las manos sin llegar primero a su fin». En fin.
Sánchez Laílla publicó en 2001 El Criticón dentro de las obra completas del conspicuo aragonés, para lo cual se sirvió como texto base de la edición príncipe de cada una de las tres partes de la obra: Primera parte, Zaragoza, Juan Nogués, 1651; El Criticón. Segunda parte, Huesca, Juan Nogués, 1653; El Criticón. Tercera parte, Madrid, Pablo del Val, 1657. Como se nos explica en la introducción, a través de cada una de esas partes, el autor va dando forma a su visión filosófica del mundo -para que nos vamos a engañar, un tanto pesimista- bajo la forma de una gran epopeya de naturaleza moral, un viaje existencial, configurado sobre multitud ingente de conceptos y símbolos.
No creo que muchos belmontinos hayan leído la obra, compleja y ardua, a pesar de que el autor reivindicara aquello de que «lo bueno, si breve; dos veces, bueno»; pero dado que este jesuita ha puesto el pueblo en el mundo, han tenido a bien levantar, donde estuvo la casa natal del escritor, el interesante Espacio Baltasar Gracián, en el que, como figura en la información turística sobre el lugar, se nos plantea un recorrido por la vida del célebre clérigo y los principales hechos acaecidos en su época a través de diversos paneles explicativos, una proyección en DVD y una recreación de un aula del siglo XVII.
Cómo no terminar con el poema que el gran Jorge Luis Borges dedicó a este pensador cabal de poderoso ingenio, y no menor desengaño.
Laberintos, retruécanos, emblemas,
fue para este jesuita la poesía,
reducida por él a estratagemas.
No hubo música en su alma; sólo un vano
herbario de metáforas y argucias
y la veneración de las astucias
y el desdén de lo humano y sobrehumano.
No lo movió la antigua voz de Homero
ni esa, de plata y luna, de Virgilio;
no vio al fatal Edipo en el exilio
ni a Cristo que se muere en un madero.
A las claras estrellas orientales
que palidecen en la vasta aurora,
apodó con palabra pecadora
gallinas de los campos celestiales.
Tan ignorante del amor divino
como del otro que en las bocas arde,
lo sorprendió la Pálida una tarde
leyendo las estrofas del Marino.
Su destino ulterior no está en la historia;
librado a las mudanzas de la impura
tumba el polvo que ayer fue su figura,
el alma de Gracián entró en la gloria.
¿Qué habrá sentido al contemplar de frente
los Arquetipos y los Esplendores?
quizá lloró y se dijo: Vanamente
busqué alimento en sombras y en errores.
¿Qué sucedió cuando el inexorable
sol de Dios, La Verdad, mostró su fuego?
Quizá la luz de Dios lo dejó ciego
en mitad de la gloria interminable.
Sé de otra conclusión. Dado a sus temas
minúsculos, Gracián no vio la gloria
y sigue resolviendo en la memoria
laberintos, retruécanos y emblemas.
-Lectura del poema «Baltasar Gracián», recitado por el propio Jorge Luis Borges. Tomado de https://www.poesi.as/recijlb0516.htm-
(Fotografía de Félix Hinojal )
31. Europa. Con Teresa de Jesús, en familia. Ávila. España
Era mi padre aficionado a leer buenos libros, y así los tenía de romance para que leyesen sus hijos estos. Con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de Nuestra Señora y de algunos santos, comenzó a despertarme de edad, a mi parecer, de seis o siete años. Ayudábame no ver en mis padres favor sino para la virtud. Tenían muchas –Libro de su vida, Santa Teresa de Jesús-
Representar a alguien que murió hace más de cinco siglos nunca es fácil, aunque, como en el caso de Teresa de Jesús, hayan llegado hasta nosotros más de una descripción de su persona, algunas tan precisas como la de la carmelita María de San José, que la conoció personalmente y captó con enorme detalle su físico y personalidad: “Era de mediana estatura, antes grande que pequeña (media 1,68 m.), gruesa más que flaca, y en todo bien proporcionada. El rostro, los tercios de él iguales, no se puede decir redondo ni aguileño. Era de color blanca y encarnada, especialmente en las mejillas. Tenía el cabello negro, limpio, reluciente y blandamente crespo. La frente, ancha, igual y muy hermosa. Las cejas, algo gruesas, de color rubio oscuro, el pelo corto, largas y pobladas, no muy en arco, sino algo llanas. Los ojos, negros, vivos, redondos; no muy grandes, mas muy bien puestos y un poco papujados; al reír mostraban alegría, y cuando mostraba gravedad eran muy graves. La nariz, bien sacada, más pequeña que grande; no muy levantada de en medio, disminuida en derecho de los lagrimales hasta igualar con las cejas, formando un apacible entrecejo; la punta, redonda y un poco inclinada para abajo, las ventanas, arqueadas y pequeñas. La boca ni grande ni pequeña… de muy linda gracia y color. Los dientes iguales y muy blancos. El mentón, bien formado. Las orejas pequeñas… Tenía muy lindas y pequeñas manos, y los pies, igualmente lindos y proporcionados”.
Ubicada en la plaza que lleva su nombre, a tan solo unos metros de la Plaza del Mercado Chico, en pleno centro histórico intramuros, nos encontramos la sedente escultura de bronce de la santa, hecha por Óscar Alvariño, en 2015. Se encuentra en un amplio poyete situado frente al Convento de Santa Teresa, construcción de principios del siglo XVII, que se levanta, supuestamente, en la que fuera su casa natal. La escultura que, como alguien dijo, anima a hacerse fotos con ella, no es la única con que cuenta la mística abulense en la ciudad castellana. Hay otra anterior, de 1985, justo a la izquierda de la puerta del Alcázar, según se entra por la muralla. Se trata en este otro caso de una estatua de mayor tamaño, realizada por Juan Luis Vassallo en piedra blanca de una sola pieza.
También, como en la obra de Vassallo, la de la Plaza, junto a la cual se toma la instantánea, nos muestra la relación de Teresa de Jesús con la literatura, y para ello, en esta, como en aquella, además de vestirla con el hábito de las carmelitas, se la representa con una pluma y un libro en su regazado.
Nacida en Ávila (o en la pequeña villa de Gotarrendura, como también se afirma), el 28 de marzo de 1515, como apunta uno de sus biógrafos Guillermo Serés, en el seno de una familia de conversos, por vía paterna, la que en el siglo se llamó Teresa Sánchez Cepeda Dávila y Ahumada, o más habitualmente Teresa de Cepeda y Ahumada, y que luego pasaría a llamarse Teresa de Jesús, y fuera fundadora de más de treinta conventos, no solo es una de las pocas mujeres doctoras de la Iglesia (cuatro en total, de las treinta y seis personas que ostentan este título honorífico, que la Iglesia católica otorga desde el siglo XIII), sino también una de las más preclaras escritoras en lengua castellana. “El Camino de la Perfección”, “Libro de Las Fundaciones”, “Las Moradas” o su autobiografía “El Libro de la Vida” son, más allá de su carácter religioso, verdaderas joyas literarias.
(Fotografía de Santiago Sevilla)
32. Europa. Eduardo López Amor pasea por Ourense. España
─Federico García Lorca me llegó, un día cualquiera de nuestra amistad, con un puñado de versos gallegos. Todavía traían en lo tierno de su blandor recién modelado, el movimiento arbitrario de una grafía nerviosa de tachones, curvas y añadidos; plástica de la inspiración ─calumniada palabra romántica que hay que recuperar por tantos motivos─ ; movimiento casi involuntario de la mano, agarrotada por ese eléctrico torrente discontinuo, que al bajar de los sesos a los dedos, se apodera de todo cuanto puede estremecerse en nuestra carne. ─Y dijo: ─«La verdad es que, a pesar de haberme bien leído mi Curros y mi Rosalía, el gallego lo aprendí en los vocabularios precaucionales que añades a tus libros de poemas. Debes ser tú, por lo tanto, quien ordenes éstos y quien los edite y quien los prologue. Y ya está. Y ya se acabó. Y no me hables más de esto hasta que me traigas el libro.»
Este texto procede del «Prólogo» al poemario Seis poemas galegos de Federico García Lorca, que Eduardo Blanco Amor (1897-1979) le editó y prologó en Santiago de Compostela en 1935. El poeta, periodista, novelista y editor ourensano había publicado ya Romances galegos (1928) y Poema en catro tempos (1931) y alguna obra narrativa.
Era de la misma generación que Lorca, gran amigo suyo, y también homosexual. Marchó al exilio y volvió a los 68 años; aunque estuvo relegado por la cultura oficial del tardofranquismo, siguió publicando en castellano y en galego, poesía, novela y también teatro.
La recuperación de su figura es un hecho importante para conocer mejor la Edad de Plata española y su amplísima distribución geográfica (y temporal).
En 2007 se inauguró la estatua conmemorativa que aparece en las imágenes, obra de Xosé Cid, que se colocó frente a la Alameda, en la plaza Buspo Cesáreo, donde ambienta su obra A esmorga (1959), junto al Orfeón Ourensano ─y donde yo jugué de niño.
(Fotografías de Javier Fernández Delgado, ubicación)
Recitario APE Quevedo cuenta con lecturas orales de su «Prólogo» (146) y del poema «Danza da lúa en Santiago» (143) de Federico, que incluyen los textos digitalizados de la edición original y una traducción al castellano.
Jóvenes generaciones ourensanas reivindican su figura, como la recreación que el grupo ‘Piratas sen Parche’ hace en el vídeo de la canción «Eduardita» de la vida del escritor ourensano en los años treinta.
33. Europa. Cervantes y la fuente de Argales en Valladolid. España
«En llegando a la ciudad de Valladolid, dijeron al ayo que querían estarse en aquel lugar dos días para verle, porque nunca le habían visto ni estado en él. Reprehendiólos mucho el ayo, severa y ásperamente, la estada, diciéndoles que los que iban a estudiar con tanta priesa como ellos no se habían de detener una hora a mirar niñerías, cuanto más dos días, y que él formaría escrúpulo si los dejaba detener un solo punto, y que se partiesen luego, y si no, que sobre eso, morena.
Hasta aquí se estendía la habilidad del señor ayo, o mayordomo, como más nos diere gusto llamarle. Los mancebitos, que tenían ya hecho su agosto y su vendimia, pues habían ya robado cuatrocientos escudos de oro que llevaba su mayor, dijeron que sólo los dejase aquel día, en el cual querían ir a ver la fuente de Argales, que la comenzaban a conducir a la ciudad por grandes y espaciosos acueductos. En efeto, aunque con dolor de su ánima, les dio licencia, porque él quisiera escusar el gasto de aquella noche y hacerle en Valdeastillas, y repartir las diez y ocho leguas que hay desde Valdeastillas a Salamanca en dos días, y no las veinte y dos que hay desde Valladolid; pero, como uno piensa el bayo y otro el que le ensilla, todo le sucedió al revés de lo que él quisiera.
Los mancebos, con solo un criado y a caballo en dos muy buenas y caseras mulas, salieron a ver la fuente de Argales, famosa por su antigüedad y sus aguas, a despecho del Caño Dorado y de la reverenda Priora, con paz sea dicho de Leganitos y de la estremadísima fuente Castellana, en cuya competencia pueden callar Corpa y la Pizarra -fol. 161v- de la Mancha. Llegaron a Argales, y cuando creyó el criado que sacaba Avendaño de las bolsas del cojín alguna cosa con que beber, vio que sacó una carta cerrada, diciéndole que luego al punto volviese a la ciudad y se la diese a su ayo, y que en dándosela les esperase en la puerta del Campo.
Obedeció el criado, tomó la carta, volvió a la ciudad, y ellos volvieron las riendas y aquella noche durmieron en Mojados, y de allí a dos días en Madrid; y en otros cuatro se vendieron las mulas en pública plaza, y hubo quien les fiase por seis escudos de prometido, y aun quien les diese el dinero en oro por sus cabales. Vistiéronse a lo payo, con capotillos de dos haldas, zahones o zaragüelles y medias de paño pardo. Ropero hubo que por la mañana les compró sus vestidos y a la noche los había mudado de manera que no los conociera la propia madre que los había parido. Puestos, pues, a la ligera y del modo que Avendaño quiso y supo, se pusieron en camino de Toledo ad pedem literae y sin espadas; que también el ropero, aunque no atañía a su menester, se las había comprado.
Dejémoslos ir, por ahora, pues van contentos y alegres, y volvamos a contar lo que el ayo hizo cuando abrió la carta que el criado le llevó y halló que decía desta manera:
Vuesa merced será servido, señor Pedro Alonso, de tener paciencia y dar la vuelta a Burgos, donde dirá a nuestros padres que, habiendo nosotros sus hijos, con madura consideración, considerado cuán más propias son de los caballeros las armas que las letras, habemos determinado de trocar a Salamanca por Bruselas y a España por Flandes. Los cuatrocientos escudos llevamos; las mulas pensamos vender. Nuestra hidalga intención y el largo camino es bastante disculpa de nuestro yerro, aunque nadie le juzgará por tal si no es cobarde. Nuestra partida es ahora; la vuelta será cuando Dios fuere servido, el cual guarde a vuesa merced como puede y estos sus menores discípulos -fol. 162r- deseamos.
De la fuente de Argales, puesto ya el pie en el estribo para caminar a Flandes.
Carriazo y Avendaño..»
(Fotografía Javier Fernández Delgado. Ubicación)
Este fragmento procede de la obra La ilustre fregona de Cervantes, publicada en 1613 en Madrid dentro de las Novelas ejemplares, pero, como se indica al inicio del mismo, está ambientado en Valladolid, capital ocasional de la Corte de la Monarquía Hispánica donde residieron el autor y su familia siete años antes. Los dos muchachos que desean probar la vida de los pícaros simulan primero ir a estudiar a Salamanca y luego al ejército a Bruselas, pero en realidad se quieren dirigir al sur, a disfrutar de los placeres del juego. ¡Qué Europa esta de hace cuatro siglos que nos recuerda algo a la nuestra!
Es hermoso que se citen tantas fuentes públicas, la propia de Argales y sus acueductos en Valladolid o, por ejemplo, la fuente Castellana de Madrid ─ahora, cuando se editan las Novelas, nuevamente sede la Monarquía─, que funcionaba como otras mediante los famosos ‘viajes de agua’ de origen medieval islámico, que también se quisieron aplicar en la ciudad vallisoletana. En el caso de la hoy denominada fuente de Caño Argales, en su restauración se aprovechó para añadir una placa conmemorativa del texto cervantino, como se puede comprobar en las imágenes, cuya contemplación por el paseante produce un gozo inmenso, desbordante incluso, en el caso de los amantes de las geografías literarias.
En Recitario 388 se puede escuchar la versión leída del fragmento completo y pinchar sobre las diferentes versiones digitales textuales de la obra.
En Valladolid y Madrid, a 1 de enero de 2024.
34. Europa. Ignacio en su tierra . Vitoria/Gasteiz. España
«Omicrón Rodríguez no tiene abrigo, no tiene gabardina, no tiene otra cosa que un traje claro y una bufanda verde como un lagarto, en la que se envuelve el cuello cuando, a cuerpo limpio, tirita por las calles. A las once de la mañana se esponja, como una mosca gigante, en la acera donde el sol pasea, porque el sol pasea solo por un lado, calentando a la gente sin abrigo y sin gabardina que no se puede quedar en casa, porque no hay calefacción y vive de vender periódicos, tabaco rubio, lotería, hilos de nylon para collares, juguetes de goma y de hacer fotografías a los forasteros». (Un cuento de Reyes, de Ignacio Aldecoa)
Según nos informa Daphne Bos Riera el parque de la Florida, situado en el centro de Vitoria-Gasteiz, y construido entre 1820 y 1855 en estilo neoclásico por los arquitectos Ángel Chávez, Juan De Velasco, Ramón Ortés De Velasco y Manuel Arana, ocupa los 32.454 metros cuadrados reales de terreno que ocupaba el antiguo convento de Santa Clara. El parque es de forma ovalada y está atravesado por dos vías principales que lo dividen en cuadrantes. Los caminos son perpendiculares entre sí y se cruzan en un gran círculo en el medio de este espacio, donde hay un quiosco metálico construido en 1890. Cada una de las plazas de la zona está bordeada por muros bajos de piedra arenisca labrada, que también tienen pequeños arcos cruzados en forma de barandilla. Junto a su paseo central y frente a la Casa de la Cultura que lleva su nombre se encuentra la estatua del escritor gasteiztarra José Ignacio de Aldecoa, nacido en esta ciudad vasca, el 24 de julio de 1925, y frente a la cual me hago esta fotografía veraniega. La estatua erigida a propuesta de la Asociación de Amigos de Ignacio Aldecoa fue realizada en bronce por Aurelio Rivas y colocada en el parque en 1999.
Aunque ya lo había leído en mis años de BUP, conocí más en profundidad la obra de Aldecoa gracias a la catedrática Alicia Redondo Goicoechea, quien en uno de mis cursos de doctorado nos acercó con rigor y modernidad analítica a sus relatos cortos. Del autor, a quien se incluye en llamada Generación del 50 o del medio siglo, ese conjunto de escritores nacidos en torno a los años 1920 que publican sus obras en torno a los años 50 (Carmen Martín Gaite, Jesús Fernández Santos, Rafael Sánchez Ferlosio o Alfonso Sastre son algunos de ellos), se dice que fue aficionado a los toros y el boxeo, gran enamorado del mar, y un incansable fumador y bebedor, y que esto, hizo que muriera joven, a los cuarenta y cuatro años de edad, a causa de un infarto fulminante.
Antonio Tovar, profesor suyo en la Universidad de Salamanca, recordaba así a su alumno de entonces: «el señor Aldecoa era, no el jovencito espigado con el rebelde pelo algo claro de niñez y los negros ojos penetrantes, sino una «f» de falta que yo añadía a su nombre cada día en la lista. En la ciudad pequeña sabíamos que Aldecoa no tomaba el camino de enriquecerse con la sabiduría de los antiguos. Tal vez iniciaba esa bohemia estudiantil que él ha contado tan maravillosamente en Maese Zaragosi y Aldecoa su huésped ; se sumía, me imagino, en la pobre, a menudo miserable vida de entonces, y aprendía, no en los libros, lo que era de verdad la humanidad que nos rodeaba, la epopeya de la gente pobre».
Aunque se acercara en ocasiones al postismo, su obra se caracteriza por seguir el realismo anglosajón, centrando siempre su visión literaria en los desfavorecidos y desamparados a los que siempre trató con ternura y comprensión. Una actitud ante la literatura que era la misma que tenía ante la vida, manifestando una continua preocupación por esas clases marginales y desheredadas que vemos desfilar por novelas como El fulgor y la sangre, Gran Sol, Con el viento solano o Los pozos, además de en sus libros de relatos y cuentos.
También escribió guiones para cine y televisión, y no lo hizo nada mal. Young Sánchez, Los pájaros de Baden-Baden o Quería dormir en paz son alguna de las películas basadas en trabajos suyos. El director de cine José Luis García Sánchez llegó a decir de él que de no morir tan joven «Hubiera sido imprescindible para el cine».
(En el audio puede oírse el relato Un cuento de Reyes, de Ignacio Aldecoa; incluido en su obra La tierra de nadie y otros relatos, publicada en 1970. Leído por Pedro Hilario Silva)
(Fotografía de Pedro Hilario Silva)
35. América. Cervantes en el Nuevo Mundo. Santo Domingo. República Dominicana (I)
«[…] ¿quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el cortesísimo Cortés en el Nuevo Mundo? Todas estas y otras grandes y diferentes hazañas son, fueron y serán obras de la fama, que los mortales desean como premios y parte de la inmortalidad que sus famosos hechos merecen, puesto que los cristianos, católicos y andantes caballeros más habemos de atender a la gloria de los siglos venideros, que es eterna en las regiones etéreas y celestes, que a la vanidad de la fama que en este presente y acabable siglo se alcanza; la cual fama, por mucho que dure, en fin se ha de acabar con el mesmo mundo, que tiene su fin señalado».
(Don Quijote. Segunda parte. Capítulo VIII)
Mi segundo día en Santo Domingo y me encuentro con mi amigo don Miguel, con «vestuario de la época», como dicen por aquí, frente a la fachada original y la escalinata frontal de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña. Allí, en esa pose imposible, se encuentra la estatua de Miguel de Cervantes Saavedra realizada por Juan de Ávalos en 1971. Como resistirse a fotografiarse con ella, como me sucedió en Bruselas cuando de repente me encontré con las réplicas exactas de las estatuas de Don Quijote y Sancho Panza que fueron instaladas en 1929 en la plaza de España de Madrid. Las obras del escultor español Lorenzo Coullaut Valera que se erigieron para conmemorar los trescientos años que de la muerte del escritor que se habían cumplido unos años antes, en 1916 (bueno, la puntualidad nunca ha sido nuestro fuerte), se me aparecieron como una visión en el centro de la Plaza de España de la capital belga.
Santo Domingo es una de las ciudades de origen español más antiguas del Caribe. Su centro histórico amurallado, la zona colonial, tiene edificios que datan del siglo XVI, incluida la catedral, que fue la primera construida en el Nuevo Mundo. Basta pasear por sus calles para darse cuenta de que la presencia española sigue muy presente. Y no digamos la de nuestro más eximio escritor: el Parque de Miguel de Cervantes, la calle de Miguel de Cervantes, el hotel Miguel de Cervantes…
Curiosidades del destino, al final don Miguel puedo cumplir su sueño y llegar a América, pues, como cuentan las crónicas, nuestro autor deseaba fervientemente «hacer las Américas» , pero fracasó en varios intentos . Documentos hay que dan fe de ello, como la carta que dirige el 17 de febrero del año 1582 a Antonio de Eraso, del Consejo de Indias, agradeciéndole, aunque no pudiera ser «por no haber ninguno vacante», el interés que había tomado por su pretensión de encontrar algún oficio en el nuevo continente. Cierto que que aunque su persona no pudiera conseguirlo, si lo hizo su obra. José Manuel Megías nos cuenta que la llegada del autor de Don Quijote a América a través de su escritura se produjo en 1605, año en el “El ingenioso hidalgo” arribó a tierras americanas. Y ahí sigue.
(Fotografías de Pilar García Carcedo)
36. América. El Nuevo Mundo en el Siglo de Oro . Santo Domingo. República Dominicana (II)
COLÓN.—¿Cómo imposible, si te muestro autores
que digan esta tierra ha sido hallada
en los tiempos del gran Augusto César,
como se ve en los versos de Virgilio
cuando dijo en el sexto de su Eneida
que había una tierra fuera del camino
del sol y las estrellas, donde Atlante
arrimaba sus hombros a su fuego?
(Lope de Vega: El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón, 1599)
Siguiendo mi periplo por Santo Domingo, descubro, flanqueando el Teatro Nacional a dos de nuestro grandes literatos: Lope de vega y Francisco de Quevedo, uno a cada lado de la entrada principal. El teatro, que fue diseñado por el arquitecto dominicano Teófilo Carbonell, se inauguró el 16 de agosto de 1973 y lleva el nombre del gran barítono dominicano Eduardo Brito (1906-1946) quien obtuvo fama mundial gracias un voz portentosa y a unas elogiadas actuaciones en óperas y zarzuelas realizadas en los mejores teatros del mundo.
El conocido popularmente como Teatro Nacional está ubicado en el sureste del Distrito Nacional, Santo Domingo de Guzmán, en la Avenida Máximo Gómez justo en la trayectoria de la línea uno del Metro de Santo Domingo, junto a la parada Casandra Damirón.
El edificio, que es uno de los centros artísticos del país, posee cuatro niveles, y cuenta, además de con una sala de espectáculos principal, llamada Carlos Piantini, con capacidad para 1800 personas, con dos salas más, destinadas al disfrute oratorio y musical del público quisqueyano: la Sala Ravelos y la Sala Aida Bonnelly o de la Cultura. Arquitectónicamente presenta una original fachada principal con tres arcos clásicos de mármol y un singular conjunto estatuario que rodea el edificio. En él se ubican además la Biblioteca del Teatro y el Centro de Recuperación, Conservación y Difusión de la Música Dominicana.
Mientras Quevedo, hombre político, reflexiona, como nos dice María Luisa Tobar, sobre la conquista y sus consecuencias en varias obras y sus ideas de la conquista hay que situarla dentro del marco de su actuación como hombre político al servicio de la monarquía española; Lope de Vega ve la «· aventura americana» con otros ojos como puede comprobarse en su comedia El Nuevo Mundo descubierto por Colón «especie de poema épico dialogado» como la llamó Menéndez Pelayo, en la que el «Fénix de los Ingenios» muestra como fueron la fe y la codicia, en este orden, las que impulsaron mayormente a muchos españoles a vivir a tierras americanas . Obra, de interés sociohistórico, sin duda, El Nuevo Mundo es una comedia menor, quizás porque, como recalca el propio Menéndez Pelayo, » la sublime realidad histórica oprime y anonada la invención poética».
Sea como fuere no ha de extrañarnos que aquellas tierras estuvieran, desde una u otra perspectiva, presente en nuestros mejores literatos, al fin y al cabo, como dice Enrique Gallud Jardiel «en América, un caballero español tenía a la vez la oportunidad de servir a su Dios (como era su obligación espiritual), servir a su Rey (como era su obligación terrena), disfrutar de la aventura, como le exigía su condición intrépida, y, de paso, enriquecerse también. Era una oportunidad ideal, única, por lo que a nadie se debe extrañar que los españoles fueran al Nuevo Mundo en forma tan masiva y entusiasta». Las cosas han cambiado, y mucho, pero muchas siguen siendo también las cosas que nos animan a viajar a esas tierras caribeñas ubicadas en la zona central de las Antillas a las que tantas cosa nos unen.
(Fotografías de Pilar García Carcedo)
37. Europa. Campoamor en el Retiro. Madrid. España.
Si nos adentramos en el Parque del Retiro de Madrid nos podemos encontrar con varios monumentos dedicados a personalidades literarias, que son tanto una muestra de reconocimiento como una invitación que se hace al paseante a que rememore o busque su obra. Campoamor fue un poeta decimonónico amado por la generación de nuestros abuelos, pero olvidado hoy. Acaso no sea difícil recordar (o imaginar) una velada de la niñez en la que el abuelo (o bisabuelo…) se levanta de la mesa donde hemos terminado de comer hijos y nietos y, solemne, recita un poema, quizá El tren expreso o quizá una dolora, como ¡Quién supiera escribir!
El conjunto escultórico dedicado a Ramón de Campoamor del Retiro está compuesto de varias figuras: en el centro se halla la del creador sentado junto a tres figuras femeninas que simbolizan las tres edades, y, a ambos lados, dos pedestales con figuras de bronce, que representan escenas de sus famosas «Doloras», que tuvieron numerosas ediciones a lo largo del siglo. Uno de los pedestales ilustra precisamente su dolora «¡Quién supiera escribir!», un diálogo poético entre una joven analfabeta y un cura escribiente, episodio que dice mucho de la España de la época, mediados del siglo XIX.
(Fotografías de Javier Fernández Delgado. Ubicación)
El autor explica así esta forma literaria tan peculiar:
«¿Y [qué es una] dolora? Una humorada convertida en drama».
En Recitario se encuentran lecturas en voz alta de este y del otro poema citado.
38. Europa. Zorrilla dedica su Don Juan. Lerma. España.
“Por doquiera que fui/ la razón atropellé,/ la virtud escarnecí,/ y la justicia burlé./ y emponzoñé cuanto vi,/ y a las cabañas bajé,/ y a los palacios subí,/ y los claustros escalé,/ y pues tal mi vida fue./ No, no hay perdón para mí”. Don Juan, de José Zorrilla
Aunque es verdad que hablar de José Zorrilla es hablar de Valladolid; sin embargo, me bastó una escapada exprés, en este preprimaveral marzo de 2024, al municipio burgalés de Lerma para descubrir que nuestro autor romántico tenía también para la conocida villa ducal un huequecito en su corazón. Amor que parece ser correspondido por los lermeños quienes no solo le levantaron, frente a los jardines de la excolegiata de San Pedro, una estatua en 2017, obra de Mecerreyes Ángel Gil, que lo representa sentado, escribiendo la dedicatoria de su obra más conocida a su amigo Francisco Luis Vallejo; sino que, como suele hacerse en nuestras ciudades durante los últimos tiempos alrededor de sus figuras más ilustres, se ha inaugurado un recorrido lermeño de lo más sugerente (basta picar sobre la imagen siguiente para acceder a él).
Este itinerario, al que han denominado un ‘Un Paseo con José Zorrilla’, nos lleva, con salida en el Ayuntamiento, por los rincones históricos y patrimoniales más interesantes de villa, aderezados todos ellos con paneles que recogen textos del poeta en los que se recuerda su vinculación con la histórica población situada sobre la vega del río Arlanza.
Nuestro autor vivó los dorados años de su primera juventud en Lerma, a donde llegó, con dieciséis años, a finales de 1833, al ser su padre, partidario de Carlos María Isidro de Borbón, allí confinado. La familia se instaló en la casa de su tío Zoilo, un inmueble que hoy podemos encontrar ubicado en la calle José Zorrilla ─obviamente─ número 5. El joven José, que al parecer no acaba de centrarse, fue pronto enviado a estudiar a Toledo primero, y luego a la Universidad de Valladolid. Sin embargo, volvió a Lerma al enfermar su padre, hasta que en 1836 marcha a Madrid. Por cierto, aviso a admiradores incondicionales del poeta: la casa que fue residencia de la familia del ilustre escritor vallisoletano José Zorrilla se ha puesto a la venta por 86.000 euros. Eso sí, la vivienda de 210 m², necesita una buena reforma.
El autor de Don Juan Tenorio (una de las obras más representada del teatro español, por la que, cosas de la vida, el pobre don José no cobró más que, al cambio de hoy, 6,31 €), recordará siempre sus años lermeños, pues en esta pequeña ciudad disfrutó de la verdadera amistad y paladeó las mieles del amor y las hieles del desengaño en la persona de Catalina Benito Reoyo. Sentimientos de los que nos hablará en Recuerdos del tiempo viejo y que, como no podía se de otro modo, convirtió en lírica poesía:
¡Catalina!… tú, serena,/ de llanto y de amor ajena,/ ni oirás mi cantilena,/ni sentirás mi pasión.
(Fotografías de Olga Pérez)
39. Europa. El Camino de la Lengua en Santo Domingo de Silos. Burgos. España
En 1925 el Concurso Nacional de Literatura en Poesía fue concedido a dos poemarios: Versos humanos, de Gerardo Diego, y Marinero en tierra, de Rafael Alberti. Fue otro poeta, Pedro Salinas, futuro miembro también de la Generación del 27 como los dos premiados, el que animó a su amigo a que incluyera el poema que había dejado escrito en el libro de visitas del Monasterio de Santo Domingo de Silos ─donde se hospedó el año anterior y pasó una noche─ en el libro de versos merecedor del galardón nacional. Justo un siglo después, este abril de 2024 en el que recalo durante mi periplo castellano en esta pequeña población burgalesa de la comarca del Arlanza, el ciprés sigue ahí, impasible, en el patio donde fue plantado en 1882, rodeado del majestuoso claustro románico, creado nueve siglos antes.
Hoy Silos forma parte del denominado Camino de la Lengua Castellana, una ruta geográfico-literaria que recorre San Millán de la Cogolla, Silos, Valladolid, Salamanca, Ávila y Alcalá de Henares, señalada con este monumento conmemorativo de pluma y rollo junto al que me fotografío y en el que se transcriben algunos versos del poema de Gerardo Diego.
Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a si mismo en loco empeño.
(…) como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.
(Fotografías de Javier Fernández Delgado, 11 abril 2024. Ubicación)
En Recitario 476 se ofrece un emocionado recitado in situ del soneto por el viajero.
Y en Recitario 185 se recoge uno de los poemas de la otra obra premiada, dedicado a «El mar. La mar». El contraste magnífico entre ambos señala el camino de la eclosión de la Generación del 27, una de las cumbres de la Edad de Plata.
La botica del Monasterio tiene su biblioteca. Umberto Edo, en El nombre de la rosa, menciona que el ejemplar del segundo libro de la Poética de Aristóteles que tan celosamente protege Jorge de Burgos, dedicado a la risa, procede de Silos
Quiero ver esa copia griega escrita sobre pergamino de tela, material entonces muy raro, que se fabricaba precisamente en Silos, cerca de tu patria, Burgos. Quiero ver el libro que robaste allí, después de haberlo leído, porque no querías que otros lo leyesen, y que has escondido aquí, protegiéndolo con gran habilidad, pero que no has destruido, porque un hombre como tú no destruye un libro: sólo lo guarda, y cuida de que nadie lo toque. Quiero ver el segundo libro de la Poética de Aristóteles, el que todos consideraban perdido, o jamás escrito, y del que guardas quizá la única copia.
–¡Qué magnífico bibliotecario hubieses sido, Guillermo! ─dijo Jorge, con tono de admiración y disgusto al mismo tiempo-. De modo que lo sabes todo. Acércate.
El nombre de la rosa, capítulo Séptimo día.
(Fotografías de Javier Fernández Delgado)
40. Europa. Hilario Tundidor en su plazuela. Zamora . España
«Por otra parte, el poema es como acontecimiento creador un misterio. No tiene explicación. Nace de la necesidad de expresarse que condena y dignifica al ser humando, y vive del origen remoto de la voluntad sobre estas emociones. Nadie puede decirnos con exactitud la razón de su causalidad ni la facticidad de su destino. A lo más, que se produce por una triple asociación entre inteligencia, intuición y lenguaje». Jesús Hilario Tundidor-
Durante la Semana Santa de este 2024 visité la ciudad de Zamora. Veníamos con la idea de asistir a alguno de los dieciocho desfiles procesionales en los que a través de sus cincuenta y tres pasos se ve representada tan gráficamente la Pasión de Cristo. Es una manifestación religiosa más recogida que la que, con una intención similar, se celebra, por estas mismas fechas, en el sur de España; pero no por ello es menos hermosa y es menor el fervor y la entrega de sus gentes. Fueron, sin embargo, unos días lluviosos, durante los cuales muchas de las procesiones que durante esos días suelen recorrer las calles de esta antigua villa fortificada, llenándolas de historia y religiosidad, tuvieron que renunciar, por causas climatológicas, a su devoto recorrido.
Zamora es una ciudad hermosa, llena de románico por todas partes y llena de referencias a la poesía y a sus poetas. Placas, estatuas, carteles… acompañan, entre iglesia e iglesia, el caminar del paseante. No faltan recorridos literarios como el dedicado a Claudio Rodríguez, uno de sus más reconocidos escritores; como también lo es Jesús Hilario Tundidor con cuya plazuela, así quiso que se llamara el propio poeta por lo que me cuentan, me topé al dejar la céntrica plaza de Viriato, al parecer, otro insigne del terruño.
Perteneciente al llamado Grupo de 60 (Antonio Hernández, Rafael Soto Vergés, Ángel García López o Joaquín Benito de Lucas, son algunos otros integrantes), Hilario Tundidor escribió su poesía lo largo de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del siglo XXI; una poseía profunda, rica en lenguaje, imágenes y resonancias filosóficas; pero al mismo tiempo, una poesía llena de vida, de alguien que siendo profundamente espiritual, vivió intensamente sus existencia. Basta, para darse cuenta de ello, con leer los versos que acompañan su rostro en la placa indicativa de su lugar zamorano: «Justo ha sido vivir/ establecerse dentro de una edad/ y ser digno e indigno,/ y conocer que pronto/, si todo pasa, deja/ una sola verdad: la sola vida».
Aunque casi toda su obra es poética, escribió también algunos ensayos que merecen ser tenidos en cuenta, por ejemplo, El acontecimiento poético; pues en ellos descubrimos algunas de la más certeras reflexiones sobre el quehacer poético y sus vicisitudes.
Zamora es tierra de poetas, y en ella uno siente como León Felipe, Agustín García Calvo, Ignacio Sardá, Waldo Santos, Claudio Rodríguez o Jesús Hilario Tundidor, entre otros muchos, llenan sus rincones y veredas de versos, al igual que sus procesiones los llena, cada primavera, de marchas, cofrades, incienso y esa sentida religiosidad popular tan entrañable.
Aquí os dejo la lectura de uno de los poemas de este escritor zamorano, un hermoso soneto dedicado al sorprendente cimborrio bizantino de la catedral.
En la fonoteca de la APEQ podemos escuchar también algunos de sus poemas en la voz del poeta:
(Fotografías de Silvia Agosto Riera)
41. Europa. Lorca junto al Sena. París. Francia
Federico García Lorca nunca estuvo en París, pero amaba la cultura francesa y estaba en contacto con algunos de sus representantes, como los surrealistas entre los que se desenvolvían sus amigos Buñuel y Dalí. Si el viajero se acerca hoy a la ribera del Sena y mira a la iglesia de Notre Dame desde la orilla frente a la isla de Saint Louis se encontrará en el Jardín de Federico García Lorca.
El jardín tiene su propia entrada en Wikipedia. lo mismo que la calle (Allée) dedicada al poeta.
A la izquierda de puede ver la Isla de la Cité y las partes altas de la catedral que se quemó en 2019. Hace muy poco que se ha vuelto a colocar la aguja del crucero ─la tercera, reconstruida como la anterior del siglo XIX─, que se levanta hacia el cielo junto a las dos torres, entre grúas de movimiento incesante, porque el mes que viene se inauguran los Juegos Olímpicos y buena parte de la ciudad está en obras.
Paris también puede presumir también de tener un Colegio Español Federico García Lorca, del servicio de Acción Educativa Exterior del Ministerio, que se complementa con el Liceo Español Luis Buñuel, un IES español que está incrustado en Francia.
1933: desconocemos qué quiere decir esa fecha que preside el cartel informativo del jardín, pero es emocionante localizar a Federico en ese año: está en América, donde dirigió varias de sus obras teatrales ─como Bodas de sangre─, hizo lecturas públicas o dictó conferencias, como la del ‘duende’, que recoge un estupendo «¡Viva París!». Lo describe así Miguel García-Posada:
En 1933, Federico García Lorca pronunció en Buenos Aires y Montevideo su conferencia «Juego y teoría del duende». Se trata de una teoría de la cultura y del arte español, pero también de una poética, en condensada y hermosa síntesis. El texto describe tres figuras, que son otros tantos conceptos fundamentales: la musa, el ángel, el duende. La musa es la inteligencia y explica la poesía de Góngora, y el ángel es la gracia, la «inspiración»: en ella tienen su origen la poesía de Garcilaso o la de Juan Ramón Jiménez. ¿Y el duende? Lorca delimita las diferencias con toda precisión…
Mejor, vamos a darle la palabra al propio Lorca, que describe el ‘duende’ con un ejemplo:
Pastora Pavón terminó de cantar en medio del silencio. Solo, y con sarcasmo, un hombre pequeñito, de esos hombrines bailarines que salen de pronto de las botellas de aguardiente, dijo en voz muy baja: «¡Viva París!», como diciendo: «Aquí no nos importan las facultades, ni la técnica, ni la maestría. Nos importa otra cosa».
Entonces la Niña de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar, sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero… con duende. Había logrado matar todo el andamiaje de la canción, para dejar paso a un duende furioso y avasallador, amigo de los vientos cargados de arena, que hacía que los oyentes se rasgaran los trajes, casi con el mismo ritmo con que se los rompen los negros antillanos del rito lucumí apelotonados ante la imagen de santa Bárbara.
Federico García Lorca – Libro de poemas. Primeras canciones. Canciones (Poesía completa I). Edición y prólogo de Miguel García-Posada, 2003.
Paris nos ofrece otro espacio ajardinado relacionado con la memoria histórica europea, y en particular francesa y española: el Jardín de los Combatientes de la Nueve, en la pared sur del Hotel de Ville, el Ayuntamiento, que homenajea a la compañía del ejercito francés formada por exiliados republicados españoles que liberó París en 1944: los primeros en entrar en la capital bajo la ocupación alemana y en llegar al Ayuntamiento, una gesta que permaneció muchos años olvidada. El jardín es un jardín histórico que se ha renombrado recientemente. También en Madrid, la alcaldesa parisina Anne Hidalgo, descendiente de españoles, inauguró con su homóloga Manuela Carmena un Jardín de los Combatientes de la Nueve.
En la sección de Efemérides plateadas ya escribimos sobre 24 de agosto de 1944: republicanos exiliados españoles participan en la liberación del París ocupado.
(Fotografías de Javier Fernández Delgado, 11 junio 2024. Ubicación)
42. Europa. Brecht frente a su teatro. Berlín. Alemania
Bertold Brecht está enterrado en un bellísimo cementerio de la capital alemana ─que parece un parque, pero no lo es─, muy cercano a su antigua casa, convertida hoy en archivo y museo. Había nacido en 1898, al igual que Federico García Lorca, así que ambos vivieron unos años turbulentos y febriles: uno, los del apogeo de la Edad de Plata de la cultura española y la Segunda República, el otro, siendo judío e intelectual, los de la primera democracia alemana, la República de Weimar. La española sería derrumbada por los mismos que tumbaron la alemana, por los fascismos, que colaboraban entre sí, apoyando la sublevación militar de 1936, cuando la Alemania nazi llevaba tres años funcionando y conduciría en otros tres a la mayor conflagración bélica de la historia, que ocasionó 60 millones de muertes, entre las que podríamos contar la del poeta y dramaturgo español ‘desaparecido’, como perteneciente al prólogo de la atroz carnicería que le seguiría. Federico no la conoció, pero Brecht sí, porque todavía vivió veinte años más, los que como mínimo pudo haber vivido Lorca.
Bertolt Brecht: poema «Contra la seducción» (Gegen Verführung, 1925), traducción de Philip Wilson, en Recitario 223.
El dramaturgo alemán había estrenado en 1928 en el Theater am Schiffbauerdamm de Berlín (hoy Berliner Ensemble), que se adivina al fondo de la foto de arriba, la obra La ópera de los tres centavos, con música de Kurt Weill, a la que pertenece la pieza La balada de Mackie el Navaja (Die Moritat von Mackie Messer), que versionó Miguel Ríos en su Big Band Ríos de 1998 (Recitario 502). El año anterior, Lorca había estrenado Mariana Pineda en junio en Barcelona y en octubre en Madrid, al que seguirían los siguientes estrenos (Fuente: BVMC):
- 1930. Diciembre: La zapatera prodigiosa en el Teatro Español de Madrid.
- 1933. Marzo: Bodas de sangre en el Teatro Beatriz de Madrid.
- 1933. Abril: Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín y una nueva versión de La zapatera prodigiosa en el Teatro Español de Madrid.
- 1933. Mayo: Bodas de sangre, en Barcelona (y luego en Buenos Aires en julio y en Nueva York y en Madrid en febrero de año siguiente)
- 1934. Noviembre: Yerma en el Teatro Español de Madrid.
- 1935. Septiembre-diciembre: Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores en el teatro Principal Palace, de Barcelona.
- 1936. Se publica Bodas de sangre. Realiza ensayos de Así que pasen cinco años, que no llegará a estrenarse (incluye la letra de la canción La leyenda del tiempo, que cantará Camarón de la Isla en 1979). Ha escrito ese año La casa de Bernarda Alba, que no pudo estrenarse ni publicarse hasta 1945 y en Buenos Aires.
Brecht, como Lorca, era un autor de teatro crítico con los hábitos de su tiempo y que propugna una nueva conciencia social, enfocada a una transformación de la vida, como expresa este último en su entrevista publicada el 10 de junio de 1936, donde replica (Recitario 353):
«En este momento dramático del mundo, el artista debe llorar y reír con su pueblo. Hay que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a los que buscan las azucenas.»
Años antes, a pesar del gran éxito de La ópera de los tres centavos, que se llevó al cine en 1931, su trabajo como poeta ─ya hemos citado «Contra la seducción» (Gegen Verführung, 1925), en Recitario 223─, director teatral y como dramaturgo le puso en la mira de los nazis, y ese 1933 huyó con su familia, dejando atrás las cenizas de varios libros suyos, que ardieron en la vergonzosa quema de libros en 21 ciudades universitarias alemanas, que contó el gran Manuel Chaves Nogales en la prensa madrileña con el título «La película de un auto de fe en Berlín en el siglo XX» (Recitario 370). Su exilio duró muchos años, primero en los países nórdicos, donde escribió cuatro grandes dramas ─La vida de Galileo, Madre Coraje y sus hijos, El alma buena de Szechwan y El círculo de tiza caucasiano─, algunos de los cuales, los españolitos de mayor edad pudimos conocer en los estertores del Franquismo y que cumplieron con nosotros la finalidad que el autor había diseñado, varias décadas antes, de abrirnos los ojos.
Su exilio continuó en Estados Unidos donde fue también perseguido por el Comité de Actividades Antiamericanas, que le obligó a un primer exilio suizo, y ante la imposibilidad de volver a Alemania Occidental ─donde tenía prohibida la entrada─ lo hizo a la Oriental, asentándose en Berlín Este en 1949, donde siguió creando y dirigiendo, no sin conflictos, mediante la creación del Berliner Ensemble, hoy asentado en el antiguo teatro. Murió en 1956, quizá asesinado.
No puedo dejar de figurarme una vida paralela imaginaria entre estos dos creadores, que nunca se conocieron ni supieron gran cosa uno del otro, pero sin los que cuesta comprender la ferocidad del siglo XX. ¿Habría ido Lorca al exilio? Sin duda. ¿Al exilio americano? Probablemente: en México y Buenos Aires, también en Nueva York, sus obras fueron acogidas con entusiasmo ─y él pudo disfrutar de ello en vida─, por tanto, no serían mal destino para seguir creando y viviendo, además, más cerca de tantos otros miembros de la España peregrina, muchos amigos suyos.
(Fotografías de Javier Fernández Delgado, 21-22 junio 2024. Ubicación)
A diferencia de Brecht, Lorca sigue sin tumba a la que ir a rezar, seas creyente, agnóstico o ateo. Pero tenemos algún consuelo con sus versos, como los bellísimos e inexplicables de su «Pequeño poema infinito» (1930, Recitario 224), donde escribe sobre ‘pacer las hierbas de los cementerios’.
Equivocar el camino
es llegar a la nieve
y llegar a la nieve
es pacer durante veinte siglos las hierbas de los cementerios.
Equivocar el camino
es llegar a la mujer,
la mujer que no teme la luz,
la mujer que mata dos gallos en un segundo,
la luz que no teme a los gallos
y los gallos que no saben cantar sobre la nieve.Pero si la nieve se equivoca de corazón
puede llegar el viento Austro
y como el aire no hace caso de los gemidos
tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios.Yo vi dos dolorosas espigas de cera
que enterraban un paisaje de volcanes
y vi dos niños locos que empujaban llorando las pupilas de un asesino.Pero el dos no ha sido nunca un número
porque es una angustia y su sombra,
porque es la guitarra donde el amor se desespera,
porque es la demostración de otro infinito que no es suyo
y es las murallas del muerto
y el castigo de la nueva resurrección sin finales.
Los muertos odian el número dos,
pero el número dos adormece a las mujeres
y como la mujer teme la luz
la luz tiembla delante de los gallos
y los gallos sólo saben volar sobre la nieve
tendremos que pacer sin descanso las hierbas de los cementerios.
(Fotografías de Javier Fernández Delgado)
43. Europa. Goethe-Schiller: laureles y amistad. Weimar. Alemania
«¿Qué me reserva el devenir ahora / y este hoy, en flor apenas entreabierta? / Edén e infierno mi inquietud explora / en la instabilidad del alma incierta./ ¡No! Que al cancel de la eternal morada / los brazos me transportan de mi amada.».
– Fragmento de Elegía de Marienbad -Johann Wolfgang von Goethe-
Es agosto en Weimar Thüringen, Alemania, y la temperatura es, sin duda, una agradable sorpresa para una sevillana que suele disfrutar de los 43 grados a la sombra en este segundo mes de verano; la otra es, evidentemente, Goethe. Weimar, donde el autor del Fausto vivió más de 50 años, podríamos decir, es como una especie de parque temático del gran autor alemán; un lugar de peregrinación ineludible para todo amante de uno de los escritores más universales que han dado las letras germánicas. Quien conozca la relación que Dublín ha establecido con James Joyce entenderá rápidamente de lo que hablo. Y que ello sea así en una ciudad que ha dado tantos nombre ilustres a la historia intelectual alemana y europea (Schiller, Herder y Wieland, Nietzsche, Liszt, Bach, Cornelius, Klee, entre otros) habla bien a las claras de lo que significa para el universo cultural alemán, europeo y mundial la figura del autor de una las novelas más famosa de su tiempo Las penas del joven Werthe, que desató, una verdadera werthermanía. Es verdad que acabó en un proceso de desamor autor/ creación, parecido a lo que años más tarde viviría el más famoso de todos los detective privados, el gran Sherlock Holmes, con su creador, el particular Sir Arthur Ignatius Conan Doyle. Pero esto es otra historia.
En pocas ocasiones un escritor ha influido tanto en una ciudad, como lo hizo nuestro autor en Weimar. Claro que Goethe era mucho más que un excelso escritor, podríamos decir que en su época el gran autor alemán era uno de los dinamizadores culturales más relevante del momento; alguien capaz de transformar un humilde principado como el de Weimar en uno de los centros culturales más importantes de su tiempo. Fue un dinamizador, y, por lo que se ve, sigue siéndolo después de muerte. Y así, del mismo modo, a como lo son Shakespeare para los ingleses o Cervantes para nosotros, la mitificada figura del escritor alemán nacido en Frankfurt am Main se ha convertido en toda una rentable institución.
Es verdad que no todo fue alegría en Weimar y el amor con el que tanto había jugado, le jugó una mala pasada y le hizo enamorarse perdidamente, cuando nuestro admirado polímata ya contaba 74 años, de la jovencísima, apenas 19 años, Ulrike von Levetzow. Quizás Ulrike no lo supiera, pero las suyas fueron una de las calabazas más productiva de la historia de la literatura pues, como dice en Goethe. Vivir para ser inmortal, su biógrafa Helena Cortés, nuestro egregio autor que «supera y sublima sus disgustos más íntimos y personales como solo lo hacen los artistas y los poetas. Creando para la posteridad» gracias a este amor no correspondido escribió una obra maestra —la Elegía de Marienbad— «que expresa como ninguna el sufrimiento de los que son arrojados fuera del paraíso del amor»
El Monumento Goethe-Schiller, situado en frente al Teatro Nacional Alemán, en donde como tantos otros viajeros acabé fotografiándome, es una imponente doble estatua de bronce erigida en 1857, obra de Ernst Rietschel, que no solo es la representación de las que sean probablemente las dos figuras más veneradas de la literatura alemana: Johann Wolfgang Goethe y Friedrich Schiller; sino todo un canto a una amistad que, en tiempos en los que el individualismo exacerbado parece ser el sumun social, nos muestra que atemperar los egos, por grandes que estos sean, resulta más fértil y beneficioso, que el inútil egotismo que nos acecha y nos enajena. Estas palabras que Goethe escribe en una carta dirigida a Agust Herder, en 1798, nos hablan de esa idea de amistad: «Si siempre fuéramos lo bastante cautos para unirnos con los amigos sólo bajo un aspecto, aquel en que armonizan realmente con nosotros, y no reivindicáramos en absoluto el resto de su ser, las amistades serían mucho más duraderas y estarían menos expuestas a las interrupciones. Pero normalmente es un defecto de juventud, un defecto del que ni siquiera en la edad adulta nos desprendemos, la exigencia de que el amigo sea como otro yo, de que forme un todo sólo con nosotros». –
(Fotografías de Azucena Álvarez Chillida)
44. Europa. Un señor en Bembibre. Villafranca del Bierzo. España
«Estaba poniéndose el sol detrás de las montañas que parten términos entre el Bierzo y Galicia. Doña Beatriz clavaba sus ojos errantes y empañados de lágrimas, ora en los celajes del ocaso, ora en los árboles del soto, ora en el suelo, y don Álvaro, fijos los suyos en ella, de hito en hito, seguía con ansia todos sus movimientos. Ambos jóvenes estaban en un embarazo doloroso, sin atreverse a romper el silencio. Se amaban con toda la profundidad de un sentimiento nuevo, generoso y delicado, pero nunca se lo habían confesado. Los afectos verdaderos tienen un pudor y reserva característicos, como si el lenguaje hubiera de quitarles su brillo y limpieza. Esto cabalmente es lo que había sucedido con don Álvaro y doña Beatriz, que, embebecidos en su dicha; ni habían pronunciado la palabra amor. Y, sin embargo, esta dicha parecía irse con el sol que se ocultaba detrás del horizonte, y era preciso apartar de delante de los ojos aquel prisma falaz que hasta entonces les había presentado la vida como un delicioso jardín. » (El señor de Bembibre, de Enrique Gil y Carrasco)
Viajando por tierras del Bierzo en uno de estos últimos calidísimos veranos me topé de bruces en la plaza principal de Villafranca del Bierzo con lo que anunciaba como teatro romántico y que yo creí, a primera vista, que era la sede del Ayuntamiento de la localidad. Este teatro tenía el nombre del escritor Enrique Gil y Carrasco, nacido en esta villa, según dice una placa situada en la fachada del teatro. El edificio se inauguró en 1843 y, entre sus socios, figuraba como artífice del mismo Gil y Carrasco. El teatro, uno de las pocos románticos de España es, además, el más antiguo de León y lleva en activo, con alguna pausa, desde hace 180 años. Ha sido objeto de numerosos usos, aparte de teatro, como el de cine, local de exposiciones, sala de conferencias, y hasta de cárcel en 1936.
Este encuentro con los orígenes de Gil y Carrasco me hizo recordar de mis estudios de bachillerato que este nombre era uno de aquellos de autores del siglo XIX, de estilo romántico, que había que conocer, pero de los que solo había que saberse el título de una novela, en este caso: El señor de Bembibre.
En una librería próxima, en la que no se podía pagar más que en efectivo, tenían en el escaparate la obra en una edición de Cátedra. Supongo que, sobre todo, para visitantes como yo que, curiosos al saber que Gil y Carrasco era natural de la localidad, se interesasen por la famosa novela histórica. Así que, tras acercarme a un cajero, conseguí adquirirla y no tarde mucho en comenzar a leerla.
Como los recuerdos suelen amontonarse desordenadamente pronto me di cuenta que había cosas de la obra que me sonaban, aunque yo estaba convencido de que no la había leído. Lo cierto era que, aunque era cierto y no la había leído, de algún modo si lo había hecho a través de de la obra de mi amigo Jesús Diéguez, quien en su Salamanca o Antología romántica novelada nombraba en varias ocasiones la obra de Gil y Carrasco. Es Jesús quien nos dice :
“Don Luciano me da una dirección y un escrito de presentación para uno de los prófugos que vive en un lugar de Galicia cuyo nombre no quiero desvelar. Hacia allí me dirijo, pasando por Ponferrada, atravesando los ríos Boeza y Cúa hasta arribar al castillo de Cornatel, al lago Carucedo y al paisaje insólito de las Médulas con sus dunas rojizas, sus robledales y encinares, antes de atravesar el río Sil. No puedo menos de evocar las dos trágicas historias de amor, concebidas en estas tierras y protagonizadas por personajes con mi nombre. La primera relata el imposible amor de Álvaro con la inocente María. Él debe huir tras matar a un vil noble; viaja a Andalucía, participa en la toma de Granada y se embarca con Colón a América. Pero regresa al monasterio donde fue educado y llega a ser su fervoroso abad hasta que descubre que María aún vive, como monja, añorándole en su desvarío por padecer una extraña locura. Cuando decide ser fiel a su amor juvenil, la naturaleza se subleva contra tal pecado; las aguas inundan el valle y el monasterio permanece desde entonces en el fondo del lago. La segunda también relata otros trágicos amores, en esta ocasión de Beatriz y Álvaro. Cuando el lector la escuche, advertirá las coincidencias, aunque en papeles cambiados, con mi personal historia con Inés. Beatriz, modelo de belleza y virtudes, está profundamente enamorada de Álvaro, el señor de Bembibre, aunque su padre prefiere que case con el malvado conde de Lemos. Llega la noticia de la muerte de Álvaro (que ha ido a la guerra y ha pedido a su enamorada que le espere durante un año) y, en el lecho de muerte de su madre, Beatriz acepta casarse con el conde. La desesperación de Álvaro, a su regreso, culpa a su amada por no haber cumplido su promesa y profesa en la orden de los templarios. Beatriz cae enferma. En el asalto a una fortaleza defendida por los templarios, y entre ellos Álvaro, muere el marido de Beatriz. Ahora la dificultad para llevar a buen término su amor reside en los votos de castidad que ha hecho Álvaro. La bula papal, que elimina la orden del Temple, libera a Álvaro de sus votos de pobreza y obediencia, pero no del de castidad. El padre de Beatriz emprende un viaje hasta Viena para lograr del papa la dispensa del último voto. La enfermedad de Beatriz se agrava y, en vísperas de su muerte, regresa el padre con la dispensa solicitada… pero ya es tarde. Solo hay tiempo para casar a los dos jóvenes y, en ese mismo día, Beatriz muere.”
Gil y Carrasco estuvo, como no podía ser menos, muy unido a su generación y a la corriente romántica, como señala D. L. Shaw citando su relación con Espronceda. El entonces embajador español en París, Martínez de la Rosa, le recomienda al barón de Humboldt que le introduciría en los círculos de la corte germana. Y Zorrilla y él coincidirán en editar sus respectivas obras cumbres, Don Juan Tenorio y El señor de Bembibre el mismo año: 1844.
Si al Bierzo fui casi desconociendo a Enrique Gil y Carrasco, del Bierzo vuelvo con la idea de que nos perdemos algo bueno ocultando hoy en la letra pequeña, o, mejor dicho, en ninguna letra, a este escritor que vivió y murió como alguno de los personajes de sus obras. Hasta la tuberculosis, enfermedad romántica donde las haya, le tocó sufrir a él como a su Beatriz novelesca quien, por otra parte, además de su exacerbada sentimentalidad, ya presentaba algún que otro guiño feminista, aunque eso sí, ajustado a la época:
“Aquel tiro, dirigido a la desalmada ambición del de Lemus, que sin saberlo su hija venía a herir a su padre de rechazo, excitó su cólera en tales términos que se olvidó de su anterior propósito y contestó con la mayor dureza: -Vuestro deber es obedecer y callar, y recibir el esposo que vuestro padre os destine.
-Vuestra es mi vida -dijo doña Beatriz- y si me lo mandáis, mañana mismo tomaré el velo en un convento, pero no puedo ser esposa del conde de Lemus.
-Alguna pasión tenéis en el pecho, doña Beatriz -contestó su padre dirigiéndola escrutadoras miradas-. ¿Amáis al señor de Bembibre? -le preguntó de repente.
-Sí, padre mío -respondió ella con el mayor candor.
-¿Y no os dije que le despidierais?
-Y ya le despedí.
-¿Y cómo no despedisteis también de vuestro corazón esa pasión insensata? Preciso será que la ahoguéis entonces.
-Si tal es vuestra voluntad, yo la ahogaré al pie de los altares; yo trocaré por el amor del esposo celeste el amor de don Álvaro, que por su fe y su pureza era más digno de Dios, que no de mí, desdichada mujer. Yo renunciaré a todos mis sueños de ventura, pero no lo olvidaré en brazos de ningún hombre.
-Al claustro iréis -respondió don Alfonso, fuera de sí de despecho-, no a cumplir vuestros locos antojos, no a tomar el velo de que os hace indigna vuestro carácter rebelde, sino a aprender en la soledad, lejos de mi vista y de la de vuestra madre, la obediencia y el respeto que me debéis.”
(Fotografías de Félix Hinojal)
45. Europa. Con Manuel Díaz Luis en el pueblo de su infancia. Campillo de Salvatierra. Salamanca. España
“Al irse don Jesús nos quedamos sin cura, y cada vez que había que oficiar venía don Ursicinio, el cura de San Domingo de la Sierra.
A don Ursicinio, entre que no llevaba sotana ni coronilla, entre que no decía la misa de espaldas ni en latín, sino de frente y en castellano, y entre que vivía solo con la criada, que al decir de la gente, era una mala pécora y desvergonzada y caliente como ella sola, la señora Encarna no podía ni verlo. La señora Encarna, la Padrenuestro, que era mujer de las de pésame Señor, decía que don Ursicinio llevaba la cruz en el pecho y el Demonio en los hechos, y cada vez que se lo cruzaba se hacía de cruces veinte o treinta veces seguidas, a una velocidad de vértigo, como si de un apestado se tratase. Hasta la octava o la novena le salían muy bien, acompasadas y con sentido, pero después se atropellaba y no daba pie con bolo.” -Las aguas esmaltadas, Manuel Díaz Luis-
Mi relación con Campillo de Salvatierra, que podía ser meramente anecdótica, se estrechó gracias a la literatura; bueno, gracias a un tipo de literatura y a un autor concreto: Manuel Díaz Luis. Es por este autor, hoy guijuelenses, y por su obra narrativa que, a menudo, cuando voy a Guijuelo, mi pueblo de nacimiento, y desde hace unos 34 años también el suyo, paseo por Campillo y contemplo esa placa colocada junto al antiguo ayuntamiento en el que, sobre todo, su enorme reloj; ese reloj que, a buen seguro, tantas veces miraría el autor de Las aguas esmaltadas
Manuel Díaz Luis y yo nos llevamos poco más de un año pero no recuerdo nada de él pese a vivir y estudiar en el mismo pueblo (Campillo de Salvatierra era el suyo y Guijuelo el mío hasta que en los años 90 decidieron que Campillo fuera una pedanía de Guijuelo, junto a Palacios de Salvatierra y Cabezuela de Salvatierra). Como yo vivía en el Alto que va a Campillo y como las últimas casas de Guijuelo y las primeras de Campillo están juntas, sin separación de viviendas y fábricas entre ambas comunidades, podría decirse que éramos vecinos. Sin embargo, ese año y pico de diferencia hacía que él estuviese en un curso inferior del bachillerato elemental (9 a 13 años) de aquella época. A partir de los 14 años se comenzaba el bachillerato superior que ya no había en Guijuelo por lo que yo acabé en Madrid y él en Salamanca. Muchos años después mis amigos de Guijuelo me comentaron que Manuel Díaz había escrito un libro, y que además era una novela muy buena. Ni había oído hablar de la novela ni recordaba siquiera físicamente a Manuel, como si nunca hubiera existido, y es que en esas edades uno o dos años es mucho tiempo y en los que son más pequeños ni nos fijamos. Tardé algún tiempo en conseguir su obra y leerla. Trataba de la vida en la Sierra (para nosotros, rodeados de las sierras de Gredos, Béjar y Francia, Sierra, sin nombre detrás, solo hay una, la de Francia que comienza en las Quilamas y el Pico Cervero y acaba, más allá de La Alberca y el valle de las Batuecas, en las Hurdes) con un lenguaje increíblemente rico y con unas historias y unas descripciones apabullantes. Entonces quise conocer ( o re-conocer ) a Manuel.
Tierramadre. Manuel Díaz Luis. Amarú Ediciones – Salamanca,1994
Pregunté por él a mis amigos y supe entonces que ya nunca podría conocerle porque, demasiado tempranamente, había fallecido. Supe entonces de su segundo libro, un libro de cuentos, ambientado en la misma zona, Tierramadre. Y mi entusiasmo por el tipo literatura que hacía aumentó.
No hay mucho que ver en Campillo, pero incluso en un pequeño pueblo que apenas cuenta con 340 habitantes y que, constituido como Junta Vecinal, gestiona sus propios recursos, aunque siga dependiendo administrativamente de un ayuntamiento mayor, es posible encontrar rincones curiosos y tan sorprendentes como ese pequeño espacio en el que, alejados de toda actividad fabril y febril, se alzan un banco fraguado y un simpático bidón que sonríe pizpireto y nos mira risueño, con una mirada cómplice, repleta de corazoncitos y romanticismo. El viandante lo descubre y quizás, ¿quién sabe?, rememore los besos que ni pidió ni dio, quizás porque nunca encontró ese espacio ni ese mensaje ni ese banco ni esa maceta.
Hoy, al recorrer de nuevo el Campillo de Manuel Díaz y pararme delante de esta humilde y anónima obra de arte, que se nos pide un beso, no sé por qué, pero me ha dado por preguntarme cómo lo habría percibido el escritor local que murió prematuramente enamorado más de los campos de su Campillo que del arte pop de su generación.
En memoria de Manuel Díaz Luis que nació y vivió cerca de este lugar
(Fotografías de Félix Hinojal)