Por Cínicus.
‘Reiniciando…’

Supongo que la coherencia en nuestros días se basa en la permanente contradicción. Mientras deseamos un feliz año nuevo, lleno de paz y prosperidad, se agolpan los cadáveres de las guerras que ocuparon las primeras páginas de los periódicos y ya han terminado por anestesiarnos o ─sencillamente─ han desaparecido de las primeras planas, aunque no de los mapas humanos, al parecer.
El carácter ritual que nos hace tan modernos impregna, al tiempo, a nuestros sentimientos y pensamientos de una suerte de optimismo en virtud del cual podemos obviar el recentísimo dolor que asola el mundo e ilusionarnos con que un lunes de un año diferente en un mes distinto puede tener la capacidad de cambiar las cosas (¿súperlunes?).
En este panorama que tan familiar nos resulta no es raro que, al igual que el avance se traduce desde presupuestos exclusivamente tecnologizadores y que la sociedad del conocimiento se desenvuelve como nunca en el orgullo de la ignorancia y el descrédito del saber, entendamos como absolutamente lógica la reciente noticia de que se concederá un sello específico de calidad a aquellos centros educativos que no utilicen pantallas. No creo que haya que darle mucha importancia a la obligación improvisada e impuesta de que el profesorado acredite su competencia digital sin saber por qué ni
para qué, ni a que los centros hayan recibido ─sin pedirlo y por decreto─ decenas de pizarras digitales de gran tamaño (que obligatoriamente había que asignar a los espacios y que ocuparían un lugar central con el mandato de eliminar los encerados y las pizarras tradicionales), ordenadores portátiles a troche y moche, unidades de CPU y monitores sin orden ni concierto, ni a que se hayan impuestos los cursos de formación digital en la formación del profesorado durante el primer trimestre sin otro tipo de alternativas de formación, ni a que exista la obligación de que todos los centros educativos tengan un Compdigedu y un plan digital obligatorio con la entidad de incorporarse de manera prescriptiva a la Programación General Anual, ese documento que marca el rumbo escolar del curso en los centros educativos.
Pues ahora, sin que estos hechos supongan ningún tipo de remilgo, se otorgarán sellos de calidad a aquellos centros educativos que no utilicen pantallas. Tampoco parece que haya que concederle ninguna importancia a que en los EEUU se hayan convertido en moda aquellos centros educativos que destierran las pantallas para el aprendizaje, amparados en el espíritu de los grandes magnates tecnológicos, que han anunciado el apocalipsis por el concurso de lo digital en las vidas de nuestros niños y jóvenes. Nadie dudaría de que son estos planteamientos comparatistas, bien fundamentados desde las políticas educativas y amparados por constructos intelectuales conocidos y argumentados (no se vaya a pensar que modificamos la identidad de los centros a golpe de titular o de modas pasajeras sin fundamento), los que necesita nuestro sistema educativo para recuperar el pulso vital.
Todo esto recuerda el rigor de antaño en la necesidad de guardar dos horas de digestión antes del baño veraniego o a consumir rápido un zumo natural para que no se le vayan las vitaminas. ¿Qué será lo siguiente: negar que a los conejos les gusten las zanahorias o a los ratones el queso?
No sé dónde queremos ir a parar; menos mal que la coherencia se mantiene en aspectos tan importantes para nuestra sociedad: la reflexión como castigo. Pues eso, al rincón de pensar.